lunes, 30 de septiembre de 2013

Ubu roi. María Guerrero.

En 1896, fecha de su estreno, este texto de Alfred Jarry fue un escandalazo y se prohibió durante no sé cuánto tiempo. Con sus recuerdos evidentes de McBeth, supondría un toque de atención a los poderes de entonces. Declan Donnellan, director y creador de este montaje dice que "todo teatro es político". Y si entonces este texto tocó las narices, ahora mismo sigue estando de actualidad. Por eso mismo, cuando se hace un paréntesis y el prota baja entre el público y busca un banquero, porque está indignado, no chirría en absoluto. El matrimonio Ubú son dos hijos de puta malísimos, crueles y descarnados incluso entre ellos mismos. Sólo buscan su propio beneficio y matan y roban con tal de conseguirlo. La vida misma.



Los montajes que he visto de Donnellan me han parecido siempre prodigiosos. Sobre todo porque se nota que se ha estudiado los textos en profundidad, los ha entendido y les da una interpretación coherente y redonda. Aquí utiliza el texto de Jarry, precursor en cierta forma del teatro del absurdo y le da una visión personal y coherente. Utiliza varios planos de realidad por tol morro y hace que los entiendas en cuestión de segundos. Tienes a una familia francesita mona, el marido muy mono y ella muy mona. Los invitados son también monísimos. Casi los típicos burgueses de una peli de Chabrol. Todo mono, hasta la cena es mona. Menos el niño, que como buen adolescente, ve debajo de esa primera realidad, la podredumbre del poder. Y ahí entra la segunda realidad, la del texto de Jarry. Seres deformados, luces estridentes, ritmos variables, personajes enloquecidos metidos en una especie de juego infantil cruel, o casi como de psiquiátrico. Los actores hacen todos ellos unas composiciones físicamente geniales y anímicamente enfermas. Todos y cada uno de ellos están absolutamente entregados y maravillosos. Y Donnellan los mueve por el espacio de una forma prodigiosa, dándole sentido a cada una de las palabras de Jarry. La escenografía es estupenda y cada detalle que aparece en escena está brillante e ingeniosamente justificado. Como esa batidora, dios mío...
Y ya sólo con la larga escena inicial, antes del famoso "Merdre", ves de qué va el asunto y sólo deseas que el espectáculo dure y dure y dure. Con este tipo de teatro sólo quieres más.
Es un espectáculo redondo. Y aunque utilice los mismos recursos durante las casi dos horas que dura la función, en cada momento resultan ingeniosos y totalmente imprescindibles.
La peña se lo pasó pipa, se rió mogollón, se gritaron "bravos" y el público se puso en pie. Enhorabuena a los encargados de haber traído este espectáculo a Madrid. Ha sido un éxito rotundo y el público madrileño, listo donde los haya, lo ha sabido apreciar y agradecer. Han puesto el listón muy alto para lo que nos queda de temporada. 

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