miércoles, 22 de enero de 2014

Cuestión de altura. Teatro Español.

Mira que tiene delito sacar feo a Martiño Rivas en las fotos promocionales de la función. Porque vamos... es una cosa... que servidor no recuerda desde los tiempos de Paul Newman o de Montgomery Clift. Pues nada, van y le sacan feo. Bueno, pero a lo que voy, que me enredo, me enredo y no es plan.
Yo les tengo mucho miedo a los programas de mano. Claro, uno se crece y tiende a pasarse. Yo no estoy de acuerdo con lo de que cada persona sea tres; la que uno quiere ser, la que los demás creen que eres y la que realmente eres. Yo creo que somos muchas más. Pero bueno. Ahora, eso de : "¿Qué nos hace ser como somos? "Cuestión de altura" analiza en profundidad esta cuestión..." Lo de que uno opine de su propio trabajo que es "en profundidad" supongo que es lógico, pero quizá deberían ser los demás los que juzguen la profundidad o no de la propuesta. A mi, por ejemplo no me pareció tan profundo. Pero vamos por partes.
La historia es curiosa. El planteamiento es algo así: un personaje modélico se despierta tras un pedo tremendo y no es tan modélico. Eso si consideramos "modélico" a un señor déspota, creído, despreciativo, putero, chulángano y merecedor de dos hostias. Y si consideramos "no tan modélico" ser bajito y argentino. Pero bueno, tomemos esto como excusa. El "ganador" tiene que descubrir y aceptar qué ha pasado para verse así, y buscar en su interior qué ha podido provocar ese cambio, o si realmente él es así. Pero vamos, que ese planteamiento curioso enseguida se viene un poco abajo cuando ese conflicto deja de interesarte. A mi, a partir de un momento dejó de interesarme si este chico encontraba sus razones y se analizaba. Lo que me flipó fue el trabajo actoral. Creo que ahí está el plato fuerte de la función. 



Aunque por un lado yo me imaginaba a alguien más maduro para el papel (alguien que ha alcanzado la cima, le ha dado tiempo de disfrutarla, de que le aburra, de que le provoque una crisis y de explotar) reconozco que el enorme trabajo de Martiño Rivas hace creíble el personaje. De verdad, está soberbio. Hace absolutamente todo, para arriba, para abajo, ríe, llora, sufre, vuela, se lamenta, alucina, descubre, y todo lo hace bien. Aparte de ser un ser absolutamente perfecto, bello y casi sobrehumano. Y encima es que tiene al lado a Tomás Pozzi, que es una auténtica bestia parda de la escena. No para. Lo digo literalmente, no para. Está al 150% de la energía solemos tener los terrícolas. Tomás viene de otro planeta o no se de dónde porque no es normal ese nivel de hiperactividad. Pero eso sí, todo, absolutamente todo lo que hace va con su personaje. No está histérico e hiperactivo porque sí. Ha hecho una composición barroca y minuciosamente detallada. Es todo un ejercicio de virtuosismo del que sale absolutamente victorioso. Y el hecho de que Martiño Rivas se ponga a su lado es de una valentía admirable. Tiene todas las de perder. Pero no. No pierde, todo lo contrario. Yo creo que se contagia de su compi y lo que podría ser su tumba se convierte en su soporte y hace que el trabajo de los dos esté totalmente a la par. Cojonudos ambos dos. 
Claro que animo a la gente a verlo, por supuesto. Pero también te digo que principalmente por el currazo de los dos protas ante los que me descubro.      

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