lunes, 20 de enero de 2014

Tristan und Isolde. Teatro Real.

Con sus más y sus ligeros menos, esta temporada del Real está siendo en general buenísima. Y si creía haber alcanzado el orgasmo butaquil en "The indian queen", ya lo del Wagner de ayer...
No sé si seré capaz de hablar de todo, por partes y ordenadamente. Antes que nada, decir que por esas carambolas de la puesta en escena, estábamos en la puta primera fila!!!
Marc Piollet dirigiendo fue una experiencia abrumadora. Absolutamente prodigioso desde la primera nota a la última. Sus respiraciones, sus taconazos, sus lágrimas... todo me pareció mágico. Y mágicamente sufrí como una abducción. Cuando se fueron agotando las últimas toses y se acercó al Real la primera nota, que venía como flotando desde las profundidades de un corazón lejano, entré en éxtasis. Como Linda Blair, me poseyó un estado de ánimo que no me abandonó hasta que la última nota volvió a volar hacia su destino lejos del Real. Y mira que me zampé sendos canapés en los dos descansos, pero ni con esas, mi estado extra corpóreo duró las 5 horas de la función. 



Quizá Piollet por ponerle alguna pega, se dejó llevar un poco por el mismo éxtasis que me envolvió a mí y contribuyó a que determinados momentos se enterraran un poco bajo el inmenso volumen e intensidad de la música. En el caso de Tristan, lo habría agradecido el hombre, fijo que sí.
La orquesta del Real estuvo sublime. Y esta vez no quiero usar esa palabra. Orquesta. Anoche trabajaron como un equipo de intérpretes unidos en un compromiso y una seriedad que se transformó en un sonido sólido, compacto, sutil y de otro mundo. Y encima como les veía continuamente las caras y el nivel de compromiso y seriedad... solo puedo quitarme el sombrero. 



La puesta en escena: vamos a ver, Sellars hace un trabajo serio de grandísima altura. Yo diría que hace muy poco, y lo poco que hace es respetar la partitura y la magia de la música de Wagner. Dejan tanto él como Viola que el protagonismo y el foco sea la música. Sellars mueve poco a los actores. Únicamente lo necesario. Casi como un ritual oriental. Es la pura esencia. En escena poco. Nada. Una pequeña plataforma y el pantallón. Luces suaves que no enfatizan ni subrayan nada. Perfecto. Y los vídeos de Bill Viola... sin palabras. ¿Cómo se define una puesta de sol? Yo no sabría. Como no sé definir la belleza de los vídeos de Viola. Imágenes, sombras, siluetas, rituales, cuerpos, luces, color, noche, agua, fuego, naturaleza, amor, grano grueso, fantasmas, una colección de imágenes a cual más bella. Esas imágenes acompañan a las notas. A pesar de la belleza inmensa de cada puta imagen, no enfatizan tampoco nada, ni ilustran. Simplemente acompañan un estado de ánimo. Bueno, como si fuera tan fácil... Te lo juro, mirando fotos para acompañar este texto, no soy capaz de elegir. Son todas tan absoluta y fantasmalmente desbordantes que es imposible escoger entre papá o mamá. Pero no solo es que las imágenes sean bellas, sino que coinciden con momentos musicales. Y de pronto, justo en un agudo de esos estremecedores, en la pantalla hay un cuerpo entrando en el agua. Todo coincidía como por arte de magia.




Y en cuanto a las voces, decir que todos hacen un trabajo excepcional. El rey Marke de Franz-Josef Selig fue asombroso, con una voz potente, una dulzura desgarradora y una presencia brutal. El Kurwenal de Jukka Rasilainen tierno, con un timbre precioso y un gran control del gesto y del énfasis. La Brangäne de Ekaterina Gubanova buenísima. Gran voz y delicadeza. Potente y bella. El Tristan de Robert Dean Smith fue... delicado. Vamos a ver, a mi me gusta su timbre, me parece que tiene una voz muy chula. Y aguantar el papel durante tantas horas es un ejercicio dificilísimo. Él lo aguanta de sobra, y sobre todo en el tercer acto sigue bien de voz como para aguantar la tremenda escena que le espera. Pero quizá le falta un poco de potencia. Es difícil que se oiga a un tenor por encima de la orquesta, y ayer Piollet estaba un poco desaforado, es verdad, igual por eso se comieron un poco mucho al pobre Robert. Y Violeta Urmana estuvo perfecta. Como actriz desplegó mil recursos y mil matices que abarcaron todo el espectro de esa Isolda orgullosa, tierna, deshecha, enamorada, odiosa, odiante, irónica, brutal, sarcástica y tremendamente poética.



Además, como me pasó con Nadja Mitchel en "La conquista de Méjico", me dio la impresión de que se dejó la piel en cada nota. Yo pido a los cantantes que hagan mi función como si fuera la última, como si fuera una actuación histórica y que se entreguen al 100 %. Y la Urmana lo hizo. Vaya que si lo hizo. Ese "Liebestod" yo lo pongo a la altura de los de Waltraud Meier. Y eran tan terroríficamente bellas las imágenes en ese momento que... se me pusieron todos los pelos de gallina (como dice mi amiga) y un nudo en la garganta como pocas veces. Hasta las fotos de Javier del Real son fantásticas.



Te juro que muy pocas veces he sentido en la Ópera lo que sentí ayer. En teatro, unas cuantas, tampoco muchas, no te creas, igual con "El Público" de Lluís Pasqual, con "Las plantas" de San Pablo Messiez y Estefanía (de los dioses) y de los Santos y con "Diario de un loco" de Luis Luque y José Luis García Pérez.  Ah, no es que esté viendo "Tristan e Isolda" todos los días, pero lo he visto alguna vez más. Vamos que no es el flipe de verlo por primera vez.
Y ya no puedo escribir más porque lloro.

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