domingo, 9 de noviembre de 2014

Desde Berlín. Matadero.

El programa de mano es como siempre, traicionero. El director viene a decir más o menos que le han pedido que escriba algo para poner ahí y que ha escrito lo que le ha dado la gana. Y poco tiene que ver con la función. En fin, peor pa él. Si ni siquiera utiliza el programa como reclamo... pero bueno. 
El texto de Juan Villoro, Juan Cavestany y Pau Miró es antiguo y al menos para mi gusto, poco interesante. Lugares comunes, personajes predecibles y poco profundos, conflictos... desvaídos y alargada en exceso. 



Dos personajes que desde que aparecen sabes de qué van ya dónde van a ir. En cinco minutos ha estallado el conflicto pero no nos han contado el proceso para llegar a donde están. Ese proceso sería lo realmente interesante. Ver a dónde han llegado sin que nos cuenten el cómo y el por qué es... una pena. Ya sé que está inspirado en las letras de las canciones de un disco de Lou Reed, y eso no lo vas a cambiar, claro, pero es que el disco es de 1973. Y entiendo que el trabajo de trasladar las canciones de un disco magistral a un texto teatral sea una proeza, pero como texto teatral, para mi gusto, flaquea. Total, que a los diez minutos ya está todo el pescado vendido. Y a la media hora la función empieza a terminar. Y termina una vez, termina una segunda vez, una tercera. Y termina varias veces porque claro, como no nos han contado lo de entre medias, la historia efectivamente no da para más y ya ha terminado. Afortunadamente Andrés Lima mete mano y rodea esta historia de una puesta en escena ocurrente, ingeniosa, potente. Con elementos atractivos y muy acertados, le da al asunto un ritmo acertado, mueve bien a los actores y saca de ellos sus mejores registros. Consigue darle al espectáculo lo que como texto le falta. Bueno, no. Rodea de atractivo un texto regulero (para mi gusto) y lo explota al máximo para sacar todo el atractivo que a veces ni tiene y para envolverlo con un papel atractivo y ponerle un lacito. Así Lima consigue que bastante gente del público se levante y grite "bravo". 



Natalie Poza está desgarrada, sucia y acabada. Fabulosa. Un poco en su tono habitual, pero tan atrayente y atractiva como siempre, y sufriendo como una loca, desgarrándose y entregando todo lo que tiene y más. Pablo Derqui comienza mirando como Roberto Zucco, pero se le pasa enseguida. Y a pesar de estar como unas maracas, es tierno, vulnerable, y tan indefenso como cualquier perro maltratador. Impresionante. Aunque quizá esté pasado de revoluciones. Yo bajaría le pedal un poco y me pondría al 9 en vez de al 11 sobre 10.
En definitiva, que ver a estas alturas una historia sabida más propia de los ochenta que de 2014 no es que sea lo más revolucionario del mundo, pero por ver a estos dos bestias y por disfrutar del saber de un Andrés Lima calmado y más íntimo, es un puntazo.       

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