domingo, 21 de diciembre de 2014

Juegos de guerra. Biribó.

Abrir una sala de teatro hoy en día, contra viento y marea, sólo por amor la arte y al teatro es de tener un mérito y unos cojones pero que muy bien puestos. Estos tres salvajes son gente que han mamado el teatro desde la cuna y para los que la vida sólo tiene sentido si está ligada al teatro. Por eso además tocan todos los palos. Y por eso, por necesitar contar sus historias y desarrollarlas como es debido, se han embarcado en esta titánica aventura que sólo se merece admiración, respeto y todo el apoyo del mundo. Su propia filosofía es tan clara que sobran las palabras. Según dicen ellos mismos: Las compañías importan, los actores importan, el público importa, porque el teatro nos importa y sin estos elementos, no existiría.




Y encima van e inauguran el espacio (precioso, y super entrañable por cierto, con su bar, sus cristaleras a la calle , mogollón de luz, de alegría, de objetos alegóricos, biblioteca, etc...) con un pedazo de texto escrito por Arturo López y Joaquín Navamuel, interpretado por ellos dos y dirigdo por Joaquín Navamuel. con Crismar López como ayudante de dirección, Irene Herrarte a cargo de la escenografí y Cristina Pérez creando un vestuario alucinante!!!
La función es un derroche de mala baba, rabia, crueldad, realidad amarga, política, intereses, asesinatos, daños colaterales y la realidad más dura y amarga.  



Cuatro escenas que son directamente cuatro ejercicios de género que van saltando de lo cotidiano a la farsa, al costumbrismo y al drama como si tal cosa. Con una fluir del texto totalmente natural y para nada forzado, sino lógico, adictivo y con una naturalidad de la de verdad. Pero tras esa trampa de naturalidad de esconde la metáfora en la primera escena. Y te dejas llevar, te columpias, te meces con el juego, aunque de vez en cuando te bajen a la tierra y te vayan anunciando que no te fíes, que no te rías mucho porque en cualquier momento se te va a congelar la sonrisa. Y vaya si se te congela. Pero te retuercen en otro giro magistral y desembarcas en una peli de los hermanos Marx, o en medio de "Teléfono rojo?" y estos dos hermanos Tonetti te vuelven a arrastrar a un terreno inesperado y tú como un títere, emoción parriba emoción pabajo. Pero es que te llevan directos a otra dimensión de la tragedia y vuelves a no saber dónde colocarte, porque no es que estés incómodo, sino que quieres pirarte de ahí, o lanzarte al escenario y gritar con ellos. Y cuando crees que por fin puedes respirar, empieza lo peor. Y de esto no te cuento nada, sólo te digo que descubrir que las banderas no tiene colores ni el dolor dueño es terrorífico, y quieres llorar como Joaquín y te retuerces como Arturo hasta que sales con los pelos de punta por haberte comido este alegato por tol morro, sin haberte casi dado cuenta y tocado. Pero tocado, tocado. 
Y es que la verdad no es una línea, la verdad es como la muerte o incluso como la vida, es una niebla, un océano, un desierto con mil rincones, matices, atajos, caminos, trampas y salidas. Y estos dos actores destrozan su alma para servirnos en una bandeja cruel la salvajada de la guerra. 




Si es obligatorio ir a Biribó, ya ni te cuento ir a ver "Juegos de guerra". Es de esas funciones que van a durar años y ahora tienes la ocasión de poder decir "yo la vi primero".

lunes, 8 de diciembre de 2014

Fausto. Valle Inclán.

Voy a partir de dos conceptos distintos y complementarios para escribir esta crónica. Yo soy así, escribo y planteo lo que me viene a la mente, siguiendo el impulso visceral de mi cerebro (toma paradoja). 
Para mí el teatro es comunicación. El director de escena platea una trabajo con el que quiere contar una historia y transmitir una aventura emocional en la que los protagonistas sufren una evolución desde el lugar (emocional) en el que empiezan al lugar en el que terminan. El objetivo del director es que yo como espectador, lo entienda o entienda algo que me haga sentir, me cambie y no sea el mismo que cuando entré. Yo puedo entender algo que no sea lo que el director se ha propuesto o puedo entender justamente lo que él pretendía. En ese caso más que comunicación se produce una comunión de espíritus y tu corazón vuela. Otra cosa, claro, es que lo que tú recibas como espectador te la pele, que puede que te la pele. El otro día, por ejemplo, estuve viendo las tribulaciones de un yupi burgués que sufría mogollón. El actor estaba realmente inconmensurable, peeeeero no se produjo esa comunicación conmigo. Sin embargo me enloquecen las pajas mentales del albañil que levanta las casas de ese yupi, me enloquece el "Constructivo" de mi héroe Ernesto Collado. Me enloquece el mundo elegido de los habitantes del microcosmos de "Los brillantes empeños" y me enloquece que de pronto griten: "coño, ahora ya lo entiendo" o que oigan un coro que sólo oigo yo. Hay actos de comunicación que llegan y otros que no llegan. El teatro es comunicación. Y el "Fausto" que nos ha regalado Tomaz Pandur ha conectado conmigo. 




El otro concepto es "dramaturgia". Según la RAE: "concepción escénica para la representación de un texto dramático". Como "concepción escénica" yo entiendo todo tipo de elementos escénicos habidos y por haber, desde la adaptación de un texto, al último foco o al color del material del suelo. Como "concepción escénica", el "Fausto" que nos ha regalado Tomaz Pandur me parece prodigiosa. 
Me da a mí que el texto de Goethe es como el "Ulises" de Joyce, que todo el mundo se lo ha leído varias veces y se lo conoce tan, tan, tan bien que es capaz de distinguir una buena de una mala adaptación. Vamos a ver, es una adaptación, está anunciado como tal y no es otra cosa. Pandur ha cogido el texto original lo ha recortado, ha quitado, ha añadido unas "acotaciones" para que los propios personajes sitúen según qué cosas y según qué acciones y relaciones y ha convertido la gigantesca obra original en un texto que llevado al escenario se traduce (no reduce sino traduce) a dos horas y cuarenta minutos. No se trastoca el argumento, sigue pasando lo mismo que el la obra original, aunque Pandur varía la naturaleza y la relación de varios personajes. Convierte a Mefistófeles en una familia a medio camino entre un campo de concentración y una familia gitana con el jefe del clan en cabeza.
Pero a lo que voy, que me lío, coño. 




La adaptación del texto me parece brillante. El gigantesco primer monólogo de Fausto es un prodigio. Por cómo está escrito y por cómo está dirigido. La relación de Fausto con le espacio es vigorosa y mágica. Que sea capaz de interrelacionar con ese perro que aparece en el muro es de una maestría colosal. Ese muro de la vergüenza o de las lamentaciones, ese paredón de fusilamiento en el que incluso quedan rastros de antiguos fusilados, ese muro en el que acabará muriendo Fausto cuando finalmente diga: "instante, detente. ¡Eres tan bello!". Allí mismo, en el mismo lugar en el que Fausto de cobija, en el mismo lugar en el que Mefistófeles heredará la inquietud de Fausto. Otra vez me voy. Normal, el puto texto de Goethe y de Pandur produce en mí lo mismo que provoca la música de Wagner. Una nota va lógicamente encadenada con la siguiente de tal forma que transmite directamente un estado de ánimo, un huracán existencial. Eso es lo que provoca en mí el recuerdo del espectáculo y eso provocan los versos de Goethe. 
En fin, que la versión me parece acertadísima y rica. No olvidemos que es una "versión", y el que quiera el texto completo, como dice la Wagener, que se lea el libro. Además, es obvio que una cosa es el texto y otra cosa su puesta en escena. Una cosa y la otra a mí, me han fascinado.  






La puesta en escena es un prodigio. TODOS  los elementos, absolutamente todos son los necesarios y precisos para contar lo que quiere contar y como lo quiere contar. Dramaturgia. La música envolvente que va sonando casi te diría que sin parar, los bloques de escenografía que marcan diagonales agresivas, planos de acción, rincones oscuros, recovecos en los que acaba la acción, pasajes oscuros que llevan al infinito, horizontales aplastantes y verticales cortantes. En cualquier arte en el que el aspecto visual es importante se sabe el efecto que tienen las líneas y los movimientos. Y en toda la primera parte el movimiento escénico es de derecha a izquierda, de adelante hacia atrás y en diagonales agresivas. Incluso en la maquetación de una página de un periódico esto se tiene en cuenta. Pandur también, por eso mueve a sus peones en líneas agresivas y beligerantes mientras que en la segunda parte introduce el movimiento de arriba a abajo, mucho más relajante y mental. Esa segunda parte breve, concentrada y densa en la que, con Margarita muerta y Fausto envuelto en una desidia sólo atenazada por su eterna sed de más y de mejor, de pronto, se hace el color. Si en la primera parte eran los negros, blancos y grises que son el color de la guerra, y esos zarpazos rojos en los globos y en las vendas de la familia diabólica que hielan el alma (¿recordáis la niña aquella de "La lista de Schindler que salía con un abrigo rojo?), en esta segunda parte es la irrupción del color. Las montañas tienen verde, marrón, amarillo. Y el plano bajo de la primera parte se convierte en juego de alturas, los planos se multiplican al igual que las dimensiones. El polvo, el humo, el incienso, la oscuridad, los golpes, esos golpes que son como latidos, hasta los focos cuando pasan a ser focos reales, las acotaciones... TODOS los elementos ayudan, sirven y son los precisos y concretos para lo que nos quiere transmitir Pandur, para su necesidad de comunicación. La suya, la que él ha elegido que pa eso es el director. La imagen de la familia diabólica con las vendas rojas y los globos rojos no es sólo una apuesta estética sino una forma de definir ya a los personajes desde que aparecen. ¿Que hay apuestas que son reconocibles en otros montajes de Pandur? Bueno, a eso yo lo llamo "autoría". La misma que tiene por ejemplo... Almodóvar en cine. 




En definitiva, que todas y cada una de las elecciones que ha hecho Pandur para llevar al público su mensaje, conmigo han funcionado. Todo son elecciones, podía haber escogido otros elementos perfectamente, pero en su elección estética y ética como director, lo que ha elegido me funciona y me atrapa. Y en mi caso ha servido para que se produzca la comunicación conmigo. Lo único que NO me gusta es la coña con "La caída de los dioses". Me lo hace todo de golpe, terrenal y no me mola. No ya tanto el autohomenaje sino el bajarme de la nube a la butaca. Eso y cierto... tono de autojustificación al repetir quizá demasiado que se ha "cortado" el texto. Con decirlo una vez basta, no hay por qué justificarlo más.

Y los actores. Los actores son una pieza más de ese puzle abigarrado. Los cuatro acólitos mezcla de dibujos animados y peli de cine mudo tienen el tono físico justo y la presencia certera y perfectamente dibujada necesaria para quedarse en el sitio perfecto. Alberto Frías además canta y estremece. Junto con Aarón Lobato, Rubén Mascato y Manuel Castillo son el equipo perfecto para cumplir los deseos... de todos. Emilio Gavira está fabuloso como ese Wagner fantasmagórico, cruel y pintoresco. Una fuerza de la naturaleza hasta cantando. Pablo Rivero compone su personaje desde lo pequeño, con sus tics, como el ligero tartamudeo heredado o la fijación por la pernera del pantalón. Construir un personaje desde el detalle es jodido y Pablo consigue crear un ser blando, apocado, frágil de una forma quizá algo contraproducente porque puede acabar engullido por la energía de sus compañeros, pero sin duda, inteligente, muy inteligente. Y utiliza ese cuerpo perfecto, ese rostro perfecto, esa figura de dios inmaculado y sobrehumano para llevar adelante su parte dentro de la dualidad masculina de su hermana. Luego lo explico mejor. 
Victor Clavijo vuelve a demostrar que no hay frase que le pueda, que no hay personaje que le asuste, que no hay situación que no domine y que es, sin duda, uno de los actores más dotados para lo que le echen. Y sin tener el cuerpazo imponente de otros compis, en cuanto aparece o en cuanto está en escena, sabes que es el puto amo. Eso se llama carisma y presencia escénica. Si salvaje es el final de Roberto, tan salvaje lo es el suyo, heredando la inquietud de Fausto y gritando aprisionado por el muro que atenazaba la mente de Fausto eso de "instante, detente, ¡eres tan bello!". Marina Salas es otro ejemplo de entrega sin límites. Desde que aparece es una autómata sin  personalidad, sin decisión, y cuando aparece vestida de esa mezcla de Macarena, Fantasma japonés y no sé qué más, ves a un ser amorfo al que le está dando vida y espíritu la Wagener (otro hallazgo estético, no me digas que no). Mondongo de carne sin espíritu, que únicamente tomará las riendas cuando ponga por delante su amor por Fausto a su deber como perra. Y esa dualidad mental se lleva al extremo en su monólogo de los cubos, en el que tras la crucifixión, una vez convertida en mártir, vaya volando entre las dos partes masculinas que ella reconoce. Esas dos partes masculinas son su hermano y su amante, por eso no distingue una de la otra, por eso salta de la una a la otra. Conseguir hacerme llorar como un loco con ese monólogo es de ser un pedazo de actrizón de altura. Marina Salas está inconmensurable. Y tiene esa magia que tienen las hadas de llevarse a su terreno cada frase y conseguir que sea coherente y viva. Eso también se llama carisma. Y genio.




Una de las razones que me hicieron empezar a escribir este blog fue escribir sobre Ana Wagener y Roberto Enríquez. A ver, todo el mundo los conoce, sabe que son dos seres tocados por la varita, dos genios arrolladores, dos currantes brutales y con una entrega sobrecogedora, que se plantan frente a la mina de un texto el primer día y se lo comen entero, lo devoran, lo destrozan, lo levantan, lo sostienen y lo llevan al cielo con su trabajo, su entrega, su compromiso y su infinita calidad artística, emocional, amatoria y celestial. No se puede describir con palabras lo que hacen. Pero es que no "hacen" nada. Lo viven, lo son. Un espectáculo no comienza cuando se dice la primera frase, ni cuando se apagan las luces, ni cuando comienza la música. Comienza cuando el director decide que el foco arranca, que las miradas van a un punto concreto. Escenario iluminado (con esas luces prodigiosas de Cornejo), público raka raka, y de pronto, de entre las sombras surge Roberto... perdón, surge Fausto y todo dios se calla. Nadie ha marcado que ese sea el comienzo, pero mágicamente lo es. Por Roberto. Algo tiene, será la chispa de los monstruos escénicos, pero el ojo y el alma se va a él. Y te suelta poco a poco, pausadamente, al ritmo de su alma ese primer monologazo que te hiela. Está el miedo, la sed, el deseo de saber infinito, la pobreza del mundo, la pequeñez, el ansia de conocimiento, la angustia de vivir y de ser finito. Interactúa con los elementos, con el muro, con las proyecciones, con el espacio, con su interior, con su alma, con sus dudas, con su deseo de morir y de saber. De ahí hasta el final nos regala un trozo de su alma, de su espíritu, nos lleva por caminos jodidos y por sentimientos jodidos con un poder de convicción como sólo tiene la verdad.




La Wagener igual. Es una bruta que todo lo hace desde el coño. Ese coño podrido de perra mala con avaricia, manipuladora, cerda (como su máscara  casi de auto sacramental) capaz de sacrificar a su propia hija por... por pura maldad. Para acabar derrotada. Derrotada y mutilada como un buitre tras una pelea descarnada. Hace de todo y pasa por todo. Pero la Wagener es la más grande. Y puede con eso y con todo porque lo comprende, lo siente, lo vive y lo sufre. Desde el coño podrido. Desde donde sienten las perras. Y es que ella... "sabe cómo contentar al público". Ella la perra asesina. No hay mujer como la Wagener. 





Bufff, bueno, ya lo he soltado. Seguro que me dijo mil cosas, mil detalles que explican mejor por qué floté con este Fausto, por qué vi la imagen de Fausto surgiendo de las sombras y automáticamente me enganché al humo de esa locomotora que recorrió en Valle Inclán. Salí fascinado y conmovido, y ojalá tuviera la capacidad de poder expresarlo como se merece, pero sin duda la belleza y la brutalidad del espectáculo están muy por encima de mi capacidad de comunicación. Habrá mucha gente que flipe con las bobadas que acabo de escribir. Normal. Todo el que no haya experimentado esa comunicación no sentirá lo mismo que sentí yo. Lógico. Peor es lo que tiene el hecho teatral, que a veces se da y a veces no. En mí, la comunicación fue perfecta y electrizante. Y se dio desde el segundo uno hasta que Fausto...digo, Roberto dibujó ese símbolo final en el muro que yo, obviamente descifré.  


                                                       

jueves, 4 de diciembre de 2014

Los brillantes empeños. Nave 73.

No sé si será por mis años, porque estoy blando, cansado o porque mi umbral de belleza  hay días que lo tengo disparado, pero últimamente suelo flipar bastante en el teatro. También ha habido veces que me he aburrido como un cisne de Lladró. Todo esto hablo de los últimos tiempos. Y luego hay experiencias que trascienden la realidad, el espíritu, la belleza, el éxtasis, el orgasmo y la vía láctea entera. Servidor es así, un desmangao, un hiperbólico. Y "los brillantes empeños" me ha arrebatado el corazón y no me lo ha devuelto aún. 
Una vez mas, San Pablo Messiez escribe una epístola al resto de los humanos y nos suelta como si tal cosa, un muestrario de sabiduría, decisión, sensibilidad y lenguaje visceral como pocas veces he visto. Y mira que he visto. Que llevo más de 30 años viendo, hostiasssss.



Un caldero hirviendo, un montón de patatas, un radiocasette, un par de ventiladores y libros. Palabras, palabras, palabras, versos, versos, versos, las palabras más elegidas, las más únicas, las más concretas, específicas, pensadas y decididas. Y esa bestia parda de la interpretación que es José Juan Rodríguez está haciendo música con su cuerpo. Y se arranca con el famoso "hipógrifo violento". Mis esquemas en ese momento se fueron a tomar por culo. Y claro, la obsesión esta humana que tenemos de reconstruir lo que ha pasado ataca. Aunque afortunadamente según me ataca, la consigo esquivar. Y al grito de "A cenar" aparece esta familia en fila, a devorar patatas cocidas. Y a intentar relacionarse en verso. Al verles a todos en el banco devorando la patata mientras Rebeca Hernando y yo oímos un coro cantando... me relajo en mi sitio, aflojo las piernas y el corazón y me dejo fluir. Poco importa ya si esa familia lleva ahí años, siglos, o qué pasó para acabar así. El recuerdo del padre ausente despierta una angustia en ellos que acabará en violencia, como en mí provocó llanto interno, ausencia mal curada y pelea conmigo mismo. Poco importa quién de los presentes (o no) ha dejado embarazada a Olga. Lo mundano me la pela. Mi corazón fluye por ese espacio como el humo de la cazuela y me desparramo como el agua de esa cubeta. 



Una sola letra marca una diferencia inmensa entre "mar" y "amar" o entre "dormir" y "morir". Si una letra marca la diferencia, ¿cómo no la va a marcar decidir Cervantes o Calderón? Usar una palabra significa que lo que nombras existe. "Mesa". "Silla". "Padre". Existe lo que nombran, y eligen lo que nombran porque saben que existirá. Por eso eligen. Para que su ceremonia seguramente repetida día tras día de reencuentro y mezcla brutal de pasado, presente e incluso futuro, sea. Exista. Bautismo o baño purificador incluido. Y la música. la palabra es música, tiroritiroritotí.   
Ellas son las tres hermanas, ellos los hermanos Karamazov y yo un manojo de lágrimas y de sensaciones desbocadas. ¡Yo qué sé si el padre murió o no o si ha habido una catástrofe o si san Pablo ha visto "Canino! Ni me importa un pito. Yo sólo sé, que admiro de forma sobrehumana la capacidad de entrega no solo física sino emocionalmente desgarrada de Mikele Urroz, de la divina Carlota Gaviño, de Iñigo Rodríguez-Claro, de ese prodigio humano que es José Juan Rodríguez, de ese ángel auténtico con una magia que le sale por cada gesto y por cada respiración. Ese ser único con seguramente una de las miradas más electrizantes e intensas del mundo que es Rebeca Hernándo y... mi debilidad absoluta; ese prodigio de naturalidad ,de riesgo, de juego, de capacidad, esa bestia interestelar, ese caballero que el primer día que le tenga delante, a diez centímetros de mi cara va a verme llorar como un crío. Sólo de pensar en tenerle cerca... me desgarra el alma y quiero llorar. 




Hala, pa que no digáis. ¿Soy o no soy desmangao e hiperbólico cuando algo me gusta? Y una cosa te voy a decir; porque no tengo vida suficiente,si no, estaría viendo y volando con esta función todos los días. Debería se de obligado disfrute todos los días. El mayor vuelo que he disfrutado estos últimos... chorrocientos años. Gracias es poco.