lunes, 28 de septiembre de 2015

El arquitecto y el emperador de Asiria. Sala Max Aub.

Segunda colaboración entre el Teatro Español dirigido por Juan Carlos Pérez de la Fuente y Fernando Arrabal. Que Arrabal es un autor que no me emociona especialmente creo que lo sabe todo el que me sigue. Nunca ha conectado conmigo. Dios me libre de criticar tu valor y su genio, faltaría más. Simplemente no me gusta, no me identifico ni con su humor, ni con su forma de escribir. No me llega y no me gusta. Como tampoco me gusta este texto. Y es una lástima y una pena porque seguro que me pierdo un universo fascinante, pero es así. Pero bueno, aparte de que no me guste su escatología, ni su humor, ni la forma de desarrollar los juegos tanto de personalidad como de poder e incluso de humillación, aparte de eso, lo que menos me gusta de este montaje es la labor de dirección.



No todos los textos que veo son fabulosos, ni por supuesto, me gustan. Aunque es algo primordial puede que incluso no sea un lastre si al menos está montado de forma inteligente o al menos, coherente y atractiva. Quiero decir que este texto evidentemente no me parece malo, simplemente no me llega, no me enamora, no me atrapa. Esto no sería un obstáculo si la puesta en escena fuera ocurrente, viva y llevara al espectáculo a un lugar atractivo e interesante. Para mi gusto no es así en este caso. Corina Fiorillo monta un espectáculo abigarrado y estridente que, al menos en mí provocó tanto desapego como paradójicamente, aburrimiento. 
La situación es clara. Las reglas del juego son estas: YO soy el único superviviente de un accidente aéreo. A partir de ahí, juguemos, creemos un universo, una sociedad para nosotros dos. Aunque desgraciada o fatalmente repitamos esquemas, no podamos huir del destino, intentemos odiar, tratemos de poner en orden nuestras relaciones maternas, paternas, amorosas, políticas, filosóficas y religiosas. Y en medio de esa maraña, dos personajes juegan a ver quién tiene más poder, quien manipula más y mejor y quién salda deudas con más implicación. Aunque sea mentira. Y ahí tienes a Fernando Albizu y al descomunal Alberto Jiménez derrochando energía y poder. Son dos monstruos escénicos que hacen de todo y todo lo hacen bien. Pero hacen lo que les han marcado desde dirección y por eso, pese a su descaro y valentía en todos los sentidos. Por eso Alberto Jiménez está en ese registro descomunal e hiperbólico que le recorta capacidad de acercamiento y curiosamente, de cercanía y de simpatía con el espectador. Está tan arriba tan arriba que solo puede desarrollar un arco pequeño, se queda sin color y sin margen de acción. Lo mismo sucede con Albizu y por eso ambos actores acaban derrochando recursos, capacidad y potencia pero de una forma tan estridente que resulta sucia y poco enriquecida. 
Sinceramente creo que el sitio que ha elegido Corina Fiorillo y el sitio donde se coloca, coloca a estos dos inmensos actores y nos coloca a nosotros es, para mi gusto, un sitio en el que se desaprovecha tanto el trabajazo y el potencial de los dos intérpretes como el juego que tiene el texto. Son un Carablanca y un Augusto con un juego de poderes y de tipos delante y ese juego casi rozando el burlesque queda cercenado por la velocidad (que no ritmo) y por el barullo que acaba provocando casi un desapego y una frialdad paradójicas. 



Lástima que el trabajazo inmenso de los dos actores y un texto que podría haber discurrido por otros derroteros, acabe siendo un espectáculo embarullado, hiperveloz, sin cambios profundos y contado desde un sitio que anula muchas de las capacidades que circulan por el ambiente y del que yo, al menos salí completamente frío y desapegado. 
Vamos a por la siguiente, porque pase lo que pase, seguimos siendo  #LosLocosDelEspañol        

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