viernes, 22 de abril de 2016

Numancia. Teatro Español.




¿Es posible que un espectáculo en el que todos los que intervienen hagan un gran trabajo, todos los ingredientes sean de primera y encima lo demuestren pero con todo y con eso no funcione? 
El hecho teatral es siempre único. Lo he repetido hasta la saciedad y lo seguiré haciendo. El espectador de la fila 5, butaca 7 vive su propia experiencia única y viva y no tiene por qué ser la misma que vive y siente el espectador de la fila 5, butaca 9. Dos seres pensantes y sintientes que reciben, digieren y metabolizan de forma personal e intransferible el mismo espectáculo. 
El día del estreno hubo muchísimos aplausos, gente en pie y gritos de "bravo". Evidentemente a todos ellos les había encantado la función. Y yo me alegro por ellos, en serio. Yo también voy siempre al teatro esperando y confiando en que me vaya a gustar lo que voy a ver. Aunque no siempre pasa.



La versión de Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño me parece muy acertada. Incluso las referencias más cercanas estan bien introducidas a pesar de que tanto el prólogo como el epílogo sean quizá algo ilustrativas e intenten explicar lo que cada uno por sí mismo sabe y o está a punto de corroborar. La escena del parto... sinceramente, no me gustó. No me conozco la obra de Cervantes al dedillo, pero creo haber leído por ahí que es añadida en esta versión. Desacertada según mi parecer. Pero bueno, en general digamos que la versión es buena y sólida. El espacio creado por el maestro Alessio Meloni es bestial. Colores, materiales, densidades, texturas... todo evoca la guerra, la desolación, el asco y la barbarie. Con apenas unos paneles, un fondo poderoso y una pasarela, despliega tanto el campo de batallas, como la intimidad de una casa o el cerco a la ciudad de Numancia. Ahí radica la grandeza de una escenografía. Genial. Como geniales son las luces de José Manuel Guerra. Más que luces son seres vivos y no solo crean espacios, focalizan intimidades y elevan deseos sino que cobran vida casi como si fueran un personaje más. Muy bien vestido todo el espectáculo por Almudena Huertas, aunque quizá los abrigos romanos resulten algo obvios. Tanto la música como el espacio sonoro creados por Luismi Cobo vuelven a ser un portento, otra demostración más de que sin duda Luismi Cobo es no sólo un compositor descomunal, sino un alma sensible que bucea entre las palabras y entresaca emociones. Prodigioso.



El reparto es buenísimo, de lo mejorcito que puedes encontrar ahora en Madrid. Todos son grandísimos actores. Beatriz Argüello, Alberto Velasco, Markos Marín, Maru Valdivielso, Alberto Jiménez, Carlos Lorenzo..., todos ellos han demostrado mil veces que son grandísimos actores y capaces de lo que les pongan por delante. Sin embargo, en esta ocasión, creo que la mano que les guía no ha sacado lo mejor de ellos. Cuando hacen de "grupo" se mueven con solidez y entre todos crean una masa como tiene que ser; sólida y firme y ahí están todos mejor que en sus momentos individuales. Porque todo está teñido de un aire de "trascendencia". Todo está dicho como si fuera importantísimo y con demasiado peso. Todas las frases parecen sentencias declamadas con un tono casi apocalíptico. Menos Beatriz y Alberto, ahí sí hay libertad y el corsé se relaja. Dan paso a un verso fresco y suelto, a pesar de seguir manteniendo la grandeza de lo que dicen. La palabra sigue siendo demoledora, pero la actitud es otra, no es trascendente y con eso consiguen que el peso de lo que dicen caiga con más fuerza. Toda la escena de Miryam Gallego por ejemplo, me parece paradójicamente demasiado plana. Arranca con ella en un tono emocional ya altísimo y prácticamente sigue en el mismo tono todo el rato. Pero porque empieza tan arriba que es casi imposible subir más. Ella pone fuerza, desesperación, emoción, todos sus recursos de buenísima actriz, pero... la escena para mi gusto no levanta el vuelo porque es premeditadamente dramática y no solo se le ve el cartón, sino que ese exceso dramático no ayuda a dar verdad. 



Eso ocurre un poco en general. El espectáculo cuenta con ingredientes de primer orden. Pero la mayoría de las veces tanto el espacio como las luces, la música o los actorazos están cubriendo emociones y verdades que no terminan de aflorar. La maquinaria espectacular y abrumadora suple una emoción más real. No sé cómo explicarlo, creo que Pérez de la Fuente tiene un gran sentido del espectáculo, así a lo grande. Crea un envoltorio realmente espectacular pero que impide que se desarrollen verdades y emociones más reales. Insisto, los actores son brutales, las luces, música, espacio, ambiente, densidad, todo. Todo es brutal, pero... la parafernalia y el exceso de querer emocionar y epatar consiguen lo contrario, que el texto suene demasiado expuesto y que pretenda tener más peso del que tiene. Ese afán de recalcar consigue, en mi caso al menos, enfriar. En mi corazón, lo que iba sintiendo era que tanta parafernalia (toda sublime, eso sí) restaba emoción y verdad. 
Respondiéndome a mí mismo, en este caso creo que sí, que es posible que teniendo la mejor música, la mejor escenografía, las mejores luces, un gran vestuario, un grandioso reparto y un textazo, al final acabe resultando al menos para mí, frío y de una densidad inmerecida. Es posible que Juan Carlos Pérez de la Fuente haya puesto tanto de sí mismo y de sus circunstancias personales que haya descuidado el peso efectivo de lo que estaba montando. O puede, simplemente que conmigo no haya funcionado su trabajo. Esto último es más que probable.  

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