martes, 18 de octubre de 2016

Los caminos de Federico. El umbral de primavera.

Federico es una tentación. Lorca es lo más grande que ha dado este país y llevarlo a un escenario es una tentación por la que todos pasamos, hemos pasado o pasaremos. 




"Siempre que hablo ante mucha gente me parece que me he equivocado de puerta. Pero...unas manos amigas me han empujado y aquí estoy". 
Así comienza "Los caminos de Federico". Bueno, no. Mejor dicho, empieza con Flor Saraví recibiéndote sentada sonriente sobre es escritorio que será parte fundamental de la escenografía. Un recibimiento dulce, cariñoso, tierno. 
Lluís Pasqual creo este texto partiendo de diversas obras de Federico; teatro, conferencias, cartas... otorgándole una entidad casi propia. El texto en sí es una maravilla digna de estudio. Pero no sólo por las palabras escritas por Lorca sino por la creación posterior de Pasqual. El recorrido emocional es profundo y único y nos lleva de su manita por muchos rincones agazapados en el alma de Federico. El grandioso Alfredo Alcón estuvo representándolo por el mundo. Un dios. No, dos dioses. 




Ahora es Flor Saraví quien se adueña de este texto y nos lo regala a corazón abierto. Dirigida por Samuel Blanco, Flor se viste de lino blanco (no imagino nada que no sea lino blanco) y utiliza imágenes, sonidos y referencias lorquianas para llevarnos por este río emocional que se mueve entre "Doña Rosita", las gacelas, algún soneto y muchos textos bien hilvanados. Una cómoda polivalente es casi el único objeta de la escenografía. Sonidos que nos llevan a la tierra y al dolor. 
El recorrido es coherente y bonito, muy bonito. Las transiciones entre los textos están escénicamente bien llevadas y resultan casi siempre naturales y fluidas. Es difícil pasar de doña Rosita al soneto de la dulce queja y tanto Samuel como Flor han hecho un gran trabajo. 
De todas formas hay algunos textos que sinceramente, creo que parte de su calado y de su dimensión arrolladora, fueron escritos desde un alma masculina. Un alma masculina herida, y esa raíz oscura tiene voz de hombre. "El soneto de la dulce queja" en voz y vida de una mujer tiene otra dimensión. 
Quizá suene raro y espero que nadie se lo tome por el lado machista, porque nada más lejos, pero escuchar ".... el acento que de noche me pone en la mejilla la solitaria rosa de tu aliento" en labios de una mujer no es lo mismo que surgiendo de un hombre. El origen de las palabras de Federico es otro y la dimensión doliente es otra. 
Flor Saraví sin duda es muy buena actriz. Lo demuestra con su recital (nunca mejor dicho) de pasiones diversas y de dolores emocionales variopintos. Sabe perfectamente qué dice en cada momento y qué quiere transmitir y conseguir con cada pausa con cada cambio de ritmo o de dirección. Aunque eso no evita que en momentos, haya una cierta repetición de tonos y reitere un cierto soniquete que funciona, pero que podría alcanzar mayor dimensión si hubiera un pelín más de variedad. Variedad en tonos y en sitios desde donde nacen los textos. Es difícil resistirse a buscar lo que a uno le mueve como actor en el dolor. Es un sitio conocido, útil, agradecido, coherente y un buen cobijo para nuestra propia alma. Pero sería bueno para el espectáculo quizá (o al menos a mí me distanció un poco) que casi todos los textos nacieran (o parecía que nacían) del mismo sitio, de un lirismo trascendente o de un dolor poético. Quizá el abordar la mayoría de los textos desde el mismo sitio reste color al espectáculo como conjunto. 
En cualquier caso siempre es una gozada escuchar las palabras de Federico y más si salen de la boca de una gran actriz, capaz de lidiar durante hora y media con los barrancos emocionales en los que nos sumerge Federico. Flor consigue ofrecernos un espectáculo completo y único sobrepasando el hecho del origen mismo de esos textos y no dándonos un recital sino creando algo nuevo y vivo. ¡Brava! 
Por cierto... esa Doña Rosita... ¡inmejorable!

  

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