domingo, 27 de noviembre de 2016

Todo el tiempo del mundo. Sala Max Aub.

Intentaré explicarme, pero cuando uno se enfrenta a un mago de la palabra, a un ser que busca, entiende, elige y acierta siempre en su uso de la palabra, la batalla está perdida de antemano. Tratar de buscar y de encontrar las palabras exactas que definan lo que uno siente cuando se encuentra ante algo como TETDM es prácticamente imposible. Es como querer definir unas notas de Mahler, un cuadro de Monet o el perfume del campo en primavera. 



Por lo general con el teatro de Pablo Messiez me pasa algo raro. Es casi un proceso químico. Me produce una reacción interna que me traspasa, me recorre, me muta y me electrifica. También y sobre todo me duele. Pero de doler, doler, del verbo doler. TETDM me ha llevado a un lugar escondido en mis recuerdos que podría contar aquí ahora mismo dado mi escaso sentido del pudor pero que obviamente no haré lo primero porque no quiero parecer el abuelo Cebolleta y principalmente porque  no pinta nada. Pero sí confieso que en cierto momento, mi menté viajó a un sitio muy oscuro, tremendamente triste y que escuece. Eso provoca en mí el teatro de Pablo. Bueno, qué coño, lo cuento porque si no no sería yo. Me hizo pensar en mi padre. Y me sentí Amelia, me sentí Flores, me sentí madre, hija, padre, abuelo y sobre todo huérfano. Sentirse huérfano es de los sentimientos que más frío interno provocan. 
TETDM es un repaso por la vida de Flores. Del abuelo de Pablo. No desvelaré nada de lo que ocurre en escena lo primero para no destripar nada y lo segundo, y a ver si consigo explicarme bien, porque da igual. Quiero decir que lo que ocurre en escena por supuesto que ES importante, pero aparte de los hechos que se cuentan, TETDM es un recorrido, son unos brochazos, es una amalgama de momentos, de dimensiones, de tiempos y de sentimientos. Es una suma. En ese aspecto el orden da igual. Es lo que tiene el tiempo y lo que tenemos los humanos, que somos suma y somos muchas capas mezcladas, superpuestas y arrebujadas.
 El tiempo es muchas dimensiones, el pasado no termina donde empieza le presente y el futuro no es la continuación del presente. Presente, pasado y futuro son potenciales, quizá no existan o puede que sí, y el pasado sucederá si el futuro se hace presente. No son paradojas ni trabalenguas, no, es que es así. El presente quizá no exista o puede que el presente sea eso mismo, un presente, un regalo. La vida o toda una vida es una suma de presentes, pasados, futuros ya vividos y pasados por vivir. Todos juntos, todos mezclados, todos apelotonados. Como el pensamiento, con un cerebro, como un deseo o como un sueño. Porque ¿quién ha dicho que el tiempo sea lineal, tal y como lo conocemos y suponemos?
Si ya lo dicen y lo repiten en la obra varias veces: ¿algo que no recuerdas ha existido realmente? ¿Las cosas existen al nombrarlas? Si ni mis primos ni yo recordamos jamás que el día de mi primera comunión nos fumamos un puro en la  azotea del restaurante de la celebración, ¿nos fumamos ese puro de verdad? Al recordar, creas. Creas un pasado en B (gracias de nuevo, Lara, grande) o un pasado en azul o un pasado con Mozart. Como el presente, que casi siempre es antes. Y el futuro ¿es lo que te imaginas o sólo podrá ser lo que te imagines? ¿Si no te lo imaginas no será? ¿Por qué no recuerdo a Nené? ¿Cuándo sucederá mi pasado?



Las visitas de Flores son su vida. Son su antes, su ahora y su seré. Y todas juntas son él. O lo que será él. O lo que será siendo.
Todo esto lo consigue Pablo Messiez porque Pablo Messiez es un cuentista. 
Es un cuentista de los que escriben cuentos. Como el de la Papelitos. O como el de Flores. 
Conseguir crear un cuento oscuro como este y que dentro, como un bombón preñado se esconda una VIDA entera me aterra y me estremece. Porque TETDM es la vida enterita de Flores. Desde antes y hasta mucho después. Casi nada. Un abismo, una sima emocional y vital. El por qué de todo y el para qué todo. No puedo imaginar un texto, un proceso, un monumento que plasme, resuma y exponga de forma más vital lo que es el tiempo. Sus capas, sus causas y sus consecuencias. Y sus efectos. Todo eso es lo que ha creado Pablo. Todo el tiempo del mundo. LA VIDA.
Me vais a perdonar la burrada, pero uno es que ha nacido hiperbólico: si "Ulyses" es un día en la vida de Leopold Bloom, "TETDM" es toda la vida de la familia de Flores en hora y media. Algo de ese discurso tan caótico como es el pensamiento humano está en esta obra. Si Joyce escribió como uno piensa; mezclando, cortando, empezando frases distintas a la vez, sin usar verbos a veces ni signos de puntuación otras veces, Pablo escribe desde el mismo sitio, desde el borbotón, desde el chorro incontrolable del recuerdo. Sé que no es lo mismo pero es igual. 
Todo eso es lo que Pablo escribe. Pero es que encima lo lleva a escena y lo dirige desde un sitio acogedor, calentito. Se coloca a medio metro de su propia experiencia y desde la distancia mínima de rescate nos regala un ejercicio escénico magistral. Ama lo que dicen sus personajes, ama lo que hacen sus personajes y ama cómo se mueven, entran, salen, gritan y lloran sus personajes. Porque la vida es melodrama, la puesta en escena de Pablo lo es también. 
Ha regalado a María Morales y a los componentes de Grumelot lo mejor de sí mismo, su historia. Desde ese sitio doloroso, impúdico y entregado nada puede salir mal. Sobre todo si a los mandos está un sabio de la escena que además cuenta la vida de su abuelo. Trabajo prodigioso tanto técnicamente en todos sus aspectos; ritmo, intensidad, implicación, foco, densidad, fin, como emocionalmente. Solo puede uno agradecer que nazcan seres así cada muchos años. Porque lo que nos regalan al resto de seres humanos es bello, es sano y es amoroso. Nos hace mejores.  

Paloma Parra pone luz y pone sobre todo sombras como si el escenario fuera casi una salita de casa, de esas recogidas, calentitas, con un brasero y una butaca mullida, son luces de hogar y de hábito. Su trabajo es sencillamente PERFECTO.

Elisa Sanz y Paula Castellano han creado un espacio onírico, que de entrada parece un espacio de Hopper , pero no. El navegar de las emociones y de la poética del milagro lo convierten  en un interior como sacado de un peli de Max Ophüls, de Fellini o incluso de Dreyer. Costumbrismo poético y recuerdos por vivir. Y fíjate que hay color, que el vestuario inunda de colores la escena y el brillo de los actores ilumina cada rincón, pero con todo y con eso, la imagen que se queda en la retina es en blanco y negro. O mejor dicho, en sepia. El color de los recuerdos. Porque todo en esta "experiencia vital" son recuerdos. Incluso los recuerdos futuros, los que vendrán. Ya lo dijo Federico, y si lo dice Federico es verdad: "hay que recordar antes, recordar hacia mañana". TETDM es la vida misma. La VIDA así, en grande, toda junta, pasado, presente, futuro, todo junto, todo uno, todo encima, dentro, sobre y con. Tiene un algo de "Scratch" y un mucho de vida. Es recuerdos, sueños, dolor, posibilidad y carencias. Texto "autovital" que mueve, remueve, reconcome y entresaca. 
Creo que solo falta hablar del reparto. Y aquí vuelvo a quedarme sin palabras. Voy de uno en uno y sin orden ni preferencia. Sobre todo porque es imposible. Es imposible poner blanco sobre negro las cualidades de un grupo de mediums que no es que den vida a sus personajes, es que sus personajes nacen en el escenario con ellos. 



Mikele Urroz es un gema. Una piedra preciosa que no sé si sabe el poder que tienen su presencia y su intensidad. Es asombrosa en su implicación y generosa porque todo ese poder se lo entrega a su compañero de escena. Ella lo hace todo, pero no en su propio beneficio sino regalándoselo al otro. Me explico fatal pero cualquiera que la haya visto sabe lo que digo. José Juan Rodriguez lidia con el papel más desagradecido de entrada, pero sin el cual nada sería creíble. Tiene una presencia avasalladora y una credibilidad única. Su monólogo repartiendo amor a Dorothy es de libro. Se le escurre el dolor entre las sílabas y contagia un amor más allá de la comprensión y la comunicación hablada. 



Rebeca Hernándo está prodigiosa creando una madre viva en su muerte. Una madre amante y ausente. Lo que debió haber sido y fue sin ser. La amas, la necesitas y quieras saltar al escenario para pedirle que te abrace y te acoja en su regazo de madre con hueco. Javier Lara es un monstruo. Hace directamente lo que le sale de los huevos. Quiero decir que haga lo que haga NO SE PUEDE HACER MEJOR. Le pidas lo que le pidas lo hace y lo hace perfecto. Desde un sitio inteligente, dejando que fluya la vida y llegando desde sitios delicados a otros más delicados aún. Es el matiz en un gesto mínimo. Fijáos en él. Cada movimiento es algo, es por algo y es para algo. Yo de joven quiero ser Javier Lara. Carlota Gaviño es lo que uno siempre querría haber sido. Se llena y te llena. Se encara con el texto más difícil, lo domina, lo maneja y lo amaestra para devolverlo masticado y vivido. Y cuando parece que ha vaciado su alma en el escenario, de pronto vacía su mirada y su cuerpo se transforma en un ser buscando un horizonte, buscando la referencia, el foco, con la mirada vacía de Rita Hayworth. Y tú, espectador mortal, mueres. 



Iñigo Rodriguez- Claro es de otra galaxia. Nace en escena, crece en escena, muta y casi renace. Descubre su vida y regala matices a cada palabra que sale por su boca. Su monólogo final es de escuela, de pasar a la historia de la interpretación. Sublime, plagado de dudas, de temor, de descubrimiento, de sufrir y de amar. 



Y María Morales es el milagro hecho actriz. No se me ocurre ninguna actriz en el mundo mundial capaz de hurgar en los sitios más dolorosos de sí misma y desde ahí devolver vida. Me pongo hasta nervioso escribiendo. María sale, tus ojos se van a ella. Y ves cómo viaja de un sitio a otro de su mente y de su corazón para que cada frase suya sea un acto imparable y necesario. Y pasa de la más alta comedia y de la naturalidad más impactante a quebrarte el corazón con una simple  frase: "váyase a casa, que le está esperando Nené". Y ahí el mundo deja de girar y las mareas se detienen porque ya no hay vida. El tiempo y el espacio se han parado para dejar paso a María Morales. Nené susurra "llamaré lluvia al llanto" y de pronto comprendes la crueldad de una enfermedad desoladora. Sonríe y se funden los polos por tannnnnto amor como desprende.       



Poco más me queda por decir, Sólo que si os queréis un poco, si queréis a alguien, id al teatro. A ese lugar oscuro, calentito, maternal, donde uno puede llorar sin que le vean, sentir sin que luego le duela y vivir sin dejarse la vida. Regaláos "Todo el tiempo del mundo".  


Si amar es detenerse; detenerse en alguien, Pablo, su equipo y Grumelot se detienen en mí y me detienen el alma. Les amo.



jueves, 24 de noviembre de 2016

Iphigenia en Tracia. Teatro de la Zarzuela.

Es muy sano, además de ser un buen ejercicio tanto para le espíritu como para la misma salud intelectual de uno mismo como espectador entregado y generoso es ir a los sitios con la mente, el corazón y el espíritu abiertos y dispuestos principalmente, a recibir. 
Que esta temporada el Teatro de la Zarzuela programe, después del pelotazo que fue "Las Golondrinas" algo tan distinto y alejado como es esta "Iphigenia" es de ser no sólo un valiente sino alguien con sed de compartir una pasión. El amor por su trabajo le sale a Daniel Bianco por cada poro. Y de esas Golondrinas brillantes de Giancarlo del Monaco salta a esta obra escrita en 1747 por el maestro José de Nebra. El compositor aparcaría, con esta obra, la composición escénica para dedicarse de lleno a la música religiosa. Es, por tanto, una obra de transición entre un espíritu más libre y una necesidad trascendente. En ese punto medio entre espectáculo y mundo interior nos encontramos "Iphigenia en Tracia". 



Bianco ha apostado esta vez por la puesta en escena como gran baza. Pablo Viar ejerce de director de escena. Frederic Amat se encarga de diseñar la escenografía y Gabriela Salaverri el vestuario. La luz la pone Albert Faura. Acierto tras acierto. Encima, y por si fuera poco, ha organizado a pachas con el Thyssen una exposición sobre el trabajo escénico de Frederic Amat, desde aquel milagro que fue "El público" hasta esta "Iphigenia". Impagable. Requetebravo.
Es de una valentía admirable coger una obra como esta, que en su época se escenificaba con mogollón de actores en escena recitando un sinfín de textos y adaptarlo de tal forma que consigas hacer un espectáculo tan brillante como este y con seis cantantes. Sinceramente opino que alternar estilos, varias géneros, programar un título y a continuación otro estéticamente opuesto es lo mejor que se puede hacer para dar color a un teatro. Cada propuesta sorprende, es novedosa e inesperada, justamente lo mejor que puede pasar en un teatro. Eso sí, si los que llevamos el prejuicio a cuestas somos nosotros, entonces el problema lo llevamos nosotros a cuestas. 
Así que bravo de nuevo tanto a Bianco como a su equipo por buscar colorido en una programación vertiginosa y colorida.



Vayamos por partes: dirección musical de Francesc Prat. Aunque la orquesta sonó realmente bien, las trompas viajaron por un mundo paralelo. Pero en general, aún sin sonar totalmente "barroca", reconozco que mis prejuicios por ver qué tal sonaban me los comí con patatas. Casi toda la orquesta sonó realmente brillante. Nada estridente y con respeto a las voces. No olvidemos que cada representación es única, es lo bueno que tiene el teatro. 
El vestuario de Gabriela Salaverri es una pasada. Precioso, elegante, marca perfectamente la esencia de cada personaje y tiene un volumen y un peso escénico bestial. Como las luces de Albert Faura. 
El espacio creado por Frederic Amat es prodigioso. La primera jornada, con ese bosque de "columnas", espinas o postes de sacrificio son una obra maestra más a sumar a los iconos creados por el inmenso Amat a lo largo de su vida escénica y creadora en general. Como la proyección de la segunda jornada, esas gotas de sangre o de amor, o quizá esas marcas casi de corona de espinas, las marcas del sacrificio. Absolutamente genial.   
Pablo Viar mueve bien al elenco femenino. Tiene buena mano, buenas ideas y buen resultado. Amor trascendente (Iphigenia y Orestes), los sentimientos volátiles (Dircea y Polidoro) y la pareja cómica y terrenal (Mochila y Cofieta) son los vértices de esta historia sobre los distintos prismas del amor.
María Bayo tiene una presencia escénica indiscutible y un peso grandioso. Se mueve, está, se para, camina, gira y mira como una protagonista. Y eso que parece fácil no lo es. Hay que hacerlo y transmitirlo. La Bayo lo hace con la gorra. Vocalmente quizá suene pelín opaca en algunos momentos, con ciertas estridencias por ahí sueltas y en algunos momentos se la note algo por detrás de la orquesta, como que la vida va un cuarto de paso por delante de ella. Auxiliadora Toledano no me suele gustar mucho pero en esta ocasión confieso que me gustó más que otras veces. Actoralmente está bien y aunque la afinación no sea su fuerte, saca adelante el papel con solvencia. Quien sí brilla con una voz preciosa, muy bien movida y con un desparpajo escénico desbordante es Lidia Vinyes-Curtis, un asombroso descubrimiento para mí tanto como cantante como en su arte como actriz. Erika Escribá y Mireia Pintó están correctas en sus breves papeles. No así Ruth González, desafinada, escénicamente perdida y enloquecida y con una voz y una técnica que desentonaban bastante con el nivel medio de este espectáculo.



En definitiva, un ejercicio arriesgado, nada acomodaticio pero valiente por llevar a un escenario esta obra. Adaptar esta partitura a los tiempos que corren, introducir el texto en off que salva bastante bien el problema de los monólogos hablados y hacer un espectáculo compacto es todo un logro. Es moderno, arriesgado y sólido. El que esperara otra cosa quizá más clásica se habrá quedado sorprendido pero cualquier alma inquieta habrá disfrutado de un espectáculo brillante escénicamente, muy bello y con una María Bayo de la que podemos disfrutar los que la admiramos.  
Personalmente estoy ansioso porque llegue enero y podamos disfrutar y dejarnos sorprender por "La Villana", el siguiente regalo de la Zarzuela.    

jueves, 10 de noviembre de 2016

Sushi, mentiras y cintas del pelo. Teatro de las aguas.

Aparte de gustos o de preferencias, yo lo que más valoro en un espectáculo es que sea sincero, que no "vaya" de nada y que sea un trabajo respetuoso con la profesión, con lo que significa y para lo que sirve. Hay muchas compañías que llevan este principio a rajatabla y "Vía Muerta" es un clarísimo ejemplo. Y encima me gusta lo que hacen. Bueno, no. Me gusta MUCHO. Así que volver a disfrutarlos es un gustazo y un honor.
En "Sushi, mentiras y cintas del pelo" vuelven a juntarse Mónica García-Ferreras, Jorge San José y Diego Lescano. Lógico. Después del exitazo de "Quizás amar" y de "Gira el mundo, gira" es normal que aquella química brutal que había entre los actores tuviera continuidad. Es mágico y estremecedor lo bien que se complementan las energías de los tres. Su química es pólvora esperando el momento de explosionar.
Pero volvamos a la "sinceridad" del trabajo. Hay veces en las que te encuentras con pasta, mucha pasta sobre un escenario vacío de chicha, o con fuegos artificiales tapatodo, o con soñadores de premio novel, o con volteretas y guiños snobs para todólogos y aspirantes a cultos de nuevo cuño, o pajas mentales y no mentales destinadas a la autocomplacencia. Incluso hay veces en las que te encuentras todo eso junto. Eso de por sí no es malo pero si es para cubrir la falta de ingenio, entonces sí. Y ahí ya se caga la perra y se caga servidor. Sin embargo hay otras veces en las que te reencuentras con el teatro como oficio, como investigación, como labor artesanal, vivida, cardíaca y artesana. El teatro como oficio y como creador de sentimientos e historias sencillas, concretas, sinceras, básicas e incluso con un toque naif absolutamente "enamorante". Eso es lo que vas a encontrarte cuando vayas a ver "Sushi, mentiras y cintas del pelo". Un historia sencilla, de enredos amorosos, un vodevil descacharrante y sin mayores pretensiones. Sin florituras, con una puesta en escena sencilla, dejando espacio a los actores, apoyándose en el poder de la comedia y en la fuerza de Mónica, de Diego y de Jorge. 




Quizá a alguien le suene esto que acaba de leer. Sí, es exactamente lo que escribí para el anterior estreno de La Compañía Vía Muerta, "Gira el mundo, gira". Y no es por vaguería, es que los principios con los que trabajan estos currantes de la escena son, han sido y parece que serán los mismos; respeto por su profesión y autenticidad en el proceso y en el resultado. 
En esta ocasión asumen el riesgo de meterse en el espinoso terreno de la comedia. Y salen más que airosos. Quizá el texto peque a ratos de ciertas flaquezas, momentos que se cae un pelo la coherencia y la atención, pero enseguida vuelve a florecer el principal aliciente de esta compañía, su respeto y la sinceridad. En este vodevil , como en casi todas las comedias, hay momentos más brillantes y otros que lo son menos. En hora y pico da tiempo de todo y cuando parece que la fórmula empieza a agotarse, aparece Jorge y el sol brilla de nuevo. Mónica es una burra que puede con todo lo que le eches encima. Tiene recursos y una vis cómica que yo desconocía pero que le brota de natural. Diego está que te meas con él. Desde que aparece. Escucha y recibe con arte y sirve generosamente el foco a quien lo requiere en todo momento. Y Jorge domina le escenario como si hubiera nacido en uno. Si es que todo lo que hace lo hace bien, no se puede decir nada más.



A ver, el montaje es modesto, no hay grandes escenografías y tienen que moverse en un espacio reducido, pero con todo y con eso, no son elementos que uno eche en falta porque están compensados por la honestidad que inunda su trabajo y con su enorme capacidad como intérpretes. 
Uno lleva tiempo siendo muy, pero que muy fan de Vía Muerta y a este paso seguiré siéndolo mucho tiempo, porque Jorge, Diego, la gran Mónica y Luis (autor y director) trabajan como me gusta, desde donde me gusta y transmitiendo lo que me gusta. Y ellos me gustan. 
"Sushi, mentiras y cintas del pelo" es lo que es, no pretende ser más ni es menos de lo que pretende. Si vas disfrutarás y encima verás a tres seres trabajadores y muy, muy, muy íntegros.  

sábado, 5 de noviembre de 2016

Blanca Desvelada. Fernán Gómez.

"Blanca Desvelada" es un puro ejercicio. Y la prueba de que Alejandra Jiménez-Cascón es una gran actriz, de las de raza, de las que tiene cien registros.
Montse Bonet dirige y Alejandra escribe e interpreta esta historia o estas historias paralelas, perpendiculares, entrecruzadas o necesitadas. 



La escenografía se reduce a una estructura metálica donde Alejandra encarnará a todos los personajes de la historia. Blanca, actriz que en la actualidad hace monólogos cómicos en bares y que mantiene una relación raruna con su chico y lleva 10 años sin hablarse casi con su madre, empezará a soñar con una mujer, Carmen, presa política que acaba de parir en su celda. Lo que empieza pareciendo una obsesión extraña acabará siendo la búsqueda de la identidad de esa Carmen que parece ser parte imprescindible de la vida de Blanca. Y necesaria. Quizá la pieza que consiga que Blanca se reconcilie con su madre y con ella misma. 
Alejandra estuvo en el primer corte de los premios Max de este año, fue candidata a mejor autoría revelación. Sinceramente creo que el texto aún siendo interesante, cae en la misma trampa que sufre el montaje en sí. La historia que cuenta está bien. Pero si piensas en el texto como tal, en lo que cuenta, se queda algo pobre, profundizando un par de personajes (Blanca y bastante menos su madre) y sin profundizar en los demás, ni siquiera en Carmen. Hay muchos personajes, que sirven a Alejandra para demostrar su valía, pero las escenas, los momentos, los personajes están apenas esbozados y contados sin mucha profundidad. Parece que sólo importa Blanca.
Alejandra es un portento. Ella sola da vida a todos los personajes. En ese sentido el trabajo de Montse Bonet, la directora y de Alejandra ha debido de ser bestial, componiendo los personajes por separado y coreografiando los cambios de uno a otro de forma milimétrica. Alejandra pasa de ser Blanca a ser mamá Luisa en décimas de segundo y de ahí se convierte en la madre o en la compañera de celda o en la masajista así como si nada. Sí, eso está muy bien. Aunque a veces, el intento de recrear acentos y de diferenciar personajes acabe por caricaturizar alguno, como la masajista o mamá Luisa. Brochazos algo gruesos. Y aunque la mayoría de los personajes están bien creados, a veces se crea cierta confusión, como en las escenas con el novio, al no haber un trabajo vocal más definitivo que diferencia y defina más a cada uno. A pesar de eso insisto en que Alejandra es una gran actriz con muchos recursos porque el trabajo de creación de todos los personajes es bestial. 
En ese sentido creo que el espectáculo, y hablo siempre desde mí, creo que cae en la trampa de su propia definición. Al ser un ejercicio de estilo y pretender y servir para que la actriz demuestre sus grandes dotes, acaba lastrando el espectáculo como tal. Magníficamente coreografiado, fabulosamente interpretado pero contando una historia con pocas capas a través de personajes a veces poco definidos. Pero es imposible que Alejandra haga más de lo que hace. Brava, gran actriz.   


viernes, 4 de noviembre de 2016

Norma. Teatro Real.

Yo como espectador soy muy, pero que muy egoísta. Y si pago un pastizal ya ni te cuento.
En la representación de "Norma" que vi el otro día, anunciaron por megafonía que María Agresta tenía gripe pero que aún así cantaría. Claro, yo hay una cosa que no entiendo; si está mala y no puede cantar, que no cante. Qué se le va a hacer. Y si sale a cantar, que cante. Y que cante bien. Me importan tres pepinos si está mala, buena o regu. O es que el anuncio ese de megafonía es par cubrirse las espaldas y en realidad quieren decir: "si canta mal es porque tiene gripe". Pues qué quieres que te diga, me parece mal. Si yo pago una entrada es para ver el espectáculo en condiciones, y si un cantante tiene gripe y canta mal, me joderá y pediré que me devuelvan el dinero porque me habrán estafado. Quiero decir, yo, como espectador espero que los cantantes se dejen la piel, porque aunque para ellos sea un función más, para mí es única y exijo que lo den todo. Afortunadamente ni la sangre llegó al río, ni la gripe al desastre. Cantó.
Lo de que haga no sé cuántos años que no se representa "Norma" en el Real es de delito, pero así es. Claro que este montaje en concreto no creo que pase a la Historia de la Ópera. Ni del Teatro.



Empezaré aclarando que me ha gustado. Me lo he pasado bien, he disfrutado y me ha molado ver "Norma" en el Real. Voy con los contras y con los pros.
Roberto Abbado no sacó el mejor sonido de la orquesta del Real. Esta orquesta suele gustarme y casi siempre está acertada y cuando suena bien, suena de maravilla. No ha sido esta una de esas ocasiones. Según mi humilde criterio, Bellini es Bellini y los sonidos deben ser otros mucho más líricos, mas dulces, más suaves y delicados que los que oímos el otro día. Parecía más Verdi que Bellini. Esta es una apreciación personal. Había mucho "jaleo", sonaba todo muy potente y poderoso y para mi gusto esta obra debe sonar de otra forma, con otra potencia y otra finalidad. Hasta los momentos más potentorros deberían sonar con un poso más delicado. Paradójico, sí, pero yo soy así.
La puesta en escena de David Livermore es un poco como sacada de Port Aventura. Si la cueva aquella de "Lohengrin" ya era digan del "Un, dos, tres", este bosque es puro despiporre. Los tubos luminosos anuncian una estética futurista que luego no se da, sino mas bien un híbrido entre "El señor de los anillos" y "Cristal oscuro". El árbol, aunque socorrido y vistoso, era poco útil para las pobres cantantes. El vestuario de Mariana Fracasso es feo y desajustado. Ellos, los romanos, van de romanos, sí. De romanos de "Asterix". Pero los druidas parecen vestidos por su peor enemigo. Y las pelucas ni te cuento. El pobre Oroveso parecía más el "Dr. Zaius" que un druida poderoso y respetable.  Y Norma, la pobre iba horrorosa. Adalgisa era la única que iba vestida más de sacerdotisa virginal. Supongo que por si no nos dábamos cuenta de que Norma es buena, pero es mala, pero es buena. Por eso va de oscuro. Y Adalgisa de blanco porque es pura y buena siempre. Un despropósito, vamos. Pero en el fondo con su gracia. Quiero decir, que aparte de la peluca de Norma que no hay quien la salve, el resto resultaba hasta gracioso y bizarro y a mí la bizarría y lo trash, me tiran. Los vídeos eran reiterativos y bastante horteras. Y evidentemente no tenían nada que ver con Bill Viola. Las luces de Antonio Castro estuvieron bien y el oscurecer los "apartes" resultaba una solución básica pero acertada. De los relámpagos mejor ni hablar. Sacados del "World of warcraft".
Aparte de esos aspectos bizarros y discutibles de escenografía, vestuario, pelucas y vídeos, hay que decir que la dirección de actores brillaba por su ausencia. Cada uno parecía hacer lo que buenamente podía o sabía y las carencias de cada uno se multiplicaban. Eso sí, los espasmos del niño eran inenarrables.



Fernando Radó cantó bien el breve papel de Oroveso, aunque parecía preocupado porque no se le cayera el pelucón y estuvo estático. Gregory Kunde cantó bien el Pollione aunque su voz iba y venía a sitios distintos y con distinto resultado. En las notas medias cambia de sitio la voz y a veces resulta algo desconcertante. Actoralmente también resultó algo errático y estático.  Karine Deshayes cantó muy bien, aunque a ratos un pelín opaca. Buena actriz, aunque quizá algo exagerada, pero claro, dado el nivel de estatismo de los demás, quizá eso hacia que pareciera excesiva. Buena y merecida ovación.



María Agresta empezó asustada, supongo que midiendo su instrumento. Al ver que respondía y que llegaba bien, se empezó a relajar, pero ya había pasado el "Casta Diva". Vocalmente fallaba en los graves, las notas altas las daba con cierta agresividad y la zona media extraña. Como cuando María Guleghina se reinventó aquella voz rara en las Turandot de 2008 y 2009. Ese aspecto como de bocina estridente es un poco el tipo de sonido que sacaba la Agresta en la zona media. Bueno, esto es un poco exagerado, pero algo de eso había. El "mira o Norma" lo mejor de la noche, sin duda. En definitiva sacó adelante el rol con una voz que iba de un lado para otro pero que no le falló. Dio todas las notas, agudos incluidos y vocalmente aguantó yendo y viniendo de sonidos más naturales a sonido inventados. Eso sí, como actriz no hizo absolutamente nada. No le dio el más mínimo matiz al personaje. Por supuesto ni se movió. Sólo subió y bajó del árbol cuando le habían marcado y ya. El resto, con los brazos colgando y sin moverse, ni reaccionar, ni escuchar, ni sentir, ni repercutir. Psicológicamente el papel fue nulo. Ni una duda, ni un giro, ni un pensamiento, ni una contradicción, ni una transición, ni una diferencia entre los momentos de ira, de celos, de poderío, de amor, de dulzura, de niñez, de maternidad, de despecho. Nada, todo igual. Y en un personaje tan complejo como Norma, o justificas y buscas cierta verdad en lo que cantas o si no queda un personaje vacío y por tanto inexplicable y nada empático.



Entiendo que la mujer estaba griposa y es una putada que te pase eso en plenas representaciones, pero insisto en que yo, como espectador soy egoísta y quiero que me den lo mejor. Lo que no termino de tener claro es si esa falta de trabajo actoral se debía a su estado físico o si es responsabilidad de Livermore. Viendo cómo funcionaba todo, me inclino a pensar más en la segunda opción.
En cualquier caso, mola ver "Norma" en el Real. Y a pesar de todas las bizarrías me lo pasé pipa y disfruté de un espectáculo exagerado, muy colorido y gracioso a rabiar. Claro que definir un Bellini como "gracioso" no deja de ser preocupante.