viernes, 5 de mayo de 2017

La ternura. Teatro de la Abadía.

Vaya por delante que me lo pasé pipa y me divertí mucho. Me eché mis risas y me descojoné con la cordera y las gallinas.

Este nuevo proyecto de Teatro de la Ciudad se llama "Comedia" y al igual que el anterior, este se ha basado en talleres, improvisaciones y muuuucho curro sobre las comedias de Shakespeare. Incluso casi a modo de bibliografía, se van mencionando a lo largo y ancho del texto varios se esos títulos: "Como gustéis", "Noche de reyes", "El sueño de una noche de verano", "Los dos hidalgos de Verona", "Medida por medida"...
Y a simple vista el texto de Sanzol parece que cumple todos los requisitos para ser un gran homenaje a las comedias de Shakespeare (no soporto lo de "el bardo", lo siento). Enredos, vodevil, travestismo, una isla, una tormenta, parejas de enamorados, encantamientos, filtros amorosos... Puede parecer Shakespeare. Pero no es Shakespeare.




Como yo soy sacrílego por naturaleza, confesaré que la mayoría de las obras de Shakespeare me parecen largas. Muy largas. A casi todas les vendría bien una buena poda y quitar esas escenas de soldados o de campesinos que aportan poco a la trama y que sólo servían para dar trabajo a todos los de la compañía y relajar el ambiente para que el público pudiera desenchufar un rato, beber y pelearse a gusto. En definitiva, en mi modestísima opinión, a casi cualquier obra de Shakespeare le sobran escenas. Y a "La ternura" también. Pese a ser alegre, graciosa, vivaracha, divertida y chispeante, le sobran sus veinte minutitos bien a gusto. Llegados a un punto de la acción, lo que ocurre se ralentiza y se vuelve algo reiterativo. Insisto en que me lo pasé pipa, pero sobrarle, para mi gusto le sobran veinte minutos.
Las canciones, por ejemplo me rechinaron también un poco. El tono farsesco que tiene la función es coherente, lógico y divertido, pero esas canciones tan reconocibles me parece que están como en otro tono, que pertenecen a un lenguaje distinto. Y a pesar de que hacen gracia y quedan cachondas, no sé yo si "cachondas" es el adjetivo más adecuado para un trabajo como este. Ese tipo de humor me aleja un pelín. 
Oye, también te digo que no voy a estar repitiendo en cada párrafo que me divertí mucho y que me reí a gusto, porque parece que me quiero justificar y nada más lejos. Lo he dicho y lo repito. Me divertí mucho con "La ternura" pero le encuentro sus cosas. 

El lenguaje utilizado por Sanzol es bastante más ligero que el del autor inglés. Las florituras son dignas herederas del lenguaje de Shakespeare pero con la cercanía de la depuración. Bravo. Independientemente de las referencias, el texto en sí es ágil, divertido, ocurrente, preciosista, cercano y muy, muy muy brillante. Aunque quizá la falte algo de personalidad. Quiero decir que es tan shakespeariano que puede que le falte algo de toque personal, de sello de la casa, de marca de autor. 

Me da a mí que a partir de este punto hay mucho SPOILER así que quien quiera conservar el misterio de la trama, que no lea más.




Me da la sensación de que en las comedias de Shakespeare los personajes aprenden, a través de pócimas, traumas, choques o batallas una moraleja que les hace cambiar y aprender una lección. Aquí en realidad no aprenden nada. Los leñadores sienten unas cosas al principio de la función que son las mismas que sienten al final. Quiero decir: Azulcielo se siente atraído por Salmón por la “llamada de la selva”, por un impulso irrefrenable y desconocido. Como no tiene prejuicios sociales lo vive bien, de forma sana. El único “problemilla” es que pensaba que eso debería sentirlo por una mujer, pero entre que no sabe cómo son las mujeres y que tampoco le afecta mucho sentirlo por un hombre… realmente no hay grandes conflictos. El conflicto viene más por traicionar o no la confianza y los secretillos y las ordenes de su padre. Pero no en sus sentimientos, ni en su forma de sentir ni en el objeto de sus deseos. Lo mismo pasa con Verdemar. Es más perturbadora la traición a Marrón que el hecho en sí de que un tío les remueva los cimientos de su virilidad.
Eso, que podría ser un puntazo, tampoco se convierte en el eje de la función sino que queda algo desdibujado. 
Salí con la sensación de que tanto hijas como hijos no aprenden ninguna lección al terminar la función y cuando el humo del volcán fulmina el efecto liante del humo del cigarro de Esmeralda. Siguen igual; amando y deseando al mismo objeto de deseo. Y Esmeralda y Marrón siguen encabronaos. Deciden quedarse juntos en la isla, pero van a levantar un muro para no verse nunca. Curiosamente ese "final" tan poco shakespeariano mola todo. Ahí sí veo sello personal, veo que no se ha caído en la tentación de hacer un final homenaje. 

Por otro lado me encanta que el deseo entre dos “hombres” se viva de forma tan natural y fresca, sin traumas y sin florituras. Aunque al final resulte que se atraían tanto porque en realidad eran de sexos opuestos, en fin... Y me encannnnnnnta que los padres sean tan jóvenes como los hijos. Lo de que Elena González y Juan Antonio Lumbreras sean padres de Eva Trancón, Javier Lara, Paco Déniz y Natalia Hernández es de mearse. Que mira que me gusta a mí lo de saltarse unas normas, oye. Como de mearse es todo el vodevil, el entrar y salir, el perseguirse, liarse y engañarse. Y las escenas con el juego del cambio de voces… absolutamente brillantes. Como brillante es el crescendo final. 
En ese sentido la dirección de Sanzol es correctísima, vibrante y muy optimista. Encuentra soluciones escénicas totalmente naif que funcionan tan bien como las de "Vientos de Levante". En escena el ritmo está bien llevado, la acción no decae, los actores están bien movidos, aceptas el código desde el minuto uno y disfrutas como un crío. 
Estamos ante una comedia y en estos caso lo mejor es sentarse, abrirse un poquito de patas, dejarse llevar y disfrutar. Todas mis disquisiciones anteriores vienen a mi mente en casa, cuando intelectualizo más lo que he visto. Y en realidad son tontunas, son ganas de buscar las cosquillas. Porque la comedia que vemos es fresca y divertida, el enredo gracioso y los actores brillantes.  




Alejandro Andújar les ha regalado un vestuario de ensueño con materiales fabulosos, tonos maravillosos y figurines a cuál más precioso. También es suya una escenografía sencilla y funcional pero efectiva. Tengo curiosidad por saber si se verá igual en un escenario más grande. Yo sé lo que me digo. 
Y el reparto: la mayor y mejor baza junto con el texto divertido de Sanzol. 
Pa todo hay gustos y hay cosas con las que uno no puede luchar. Gente con la que conectas y gente con la que no. Indiscutiblemente los seis actores están más que consagrados. Aunque cada uno tenga luego sus preferencias. En conjunto, tuve la sensación de que cada uno estaba un poco moviéndose en su propio terreno, actuando cada uno en su propio idioma. Eché en falta la mano de Sanzol dando unidad a lo que veíamos. 
Elena González carga con el mayor peso de la función. Y me da a mí que la comedia no es su terreno más cómodo. Está fabulosa, sí, pero conserva un cierto rictus de seriedad que no es por la corajina de su Esmeralda, sino por ella, como si no estuviera tan relajada haciendo comedia como sus compañeras. El monólogo de "la comida", por ejemplo, es tronchante por el ingenio del texto, no porque ella lo viva con chispa. Eva Trancón y Natalia Hernández parece que han nacido para vernos sonreír. Qué gusto ver a dos monstruos diciendo el texto como lo hacen ellas, como si realmente necesitaran decirlo y les naciera de las tripas. Esa naturalidad en un terreno tan artificioso como este es de quitarse el sombrero. Inmensas, divertidas, inteligentes, plagadas de recursos y dominando la comedia y sus trucos a la perfección. Paco Déniz nunca ha estado más gracioso. Aunque su nivel de "escucha" del otro no sea su mejor arma. Eso sí, en mi función me dio la sensación de que casi todos gritaban demasiado. No digo "proyectar" sino "gritar". Y con esas cosas hay que tener mucho cuidado. De hecho, al final de la función algún actor parecía estar tocadete. Cuidadín con las voces. 




Es más que sabida mi debilidad por el que puede ser uno de los mejores actores del país, Javier Lara. Pero es que está que no se puede estar mejor. Su trabajo corporal es inmenso, y su profundidad al trabajar un texto tan arduo como este es flipante. Al verle es como si estuvieras ante un documental en el que ves a alguien real, a alguien vivo. Javier es Azulcielo. Sin más. Habla por necesidad, se mueve por impulso, siente por naturaleza, sufre por carencia y ríe por plenitud. Grabaos esto a fuego porque con el tiempo me daréis la razón: Javier Lara de aquí a nada se va a revelar como el Bódalo del siglo XXI. Es el poliactor que hace de todo y todo lo hace bien porque lo hace desde el sitio justo desde donde lo tiene que hacer nacer. Todo elogio es poco. Y si no me creéis, id a ver "La ternura" y luego me contáis.

Porque "La ternura" es de obligada visión. Y de inevitable disfrute. Texto, lenguaje, colores, sensaciones, risas, frescura, actores, optimismo. Puritito goce.
      

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