sábado, 6 de enero de 2018

"La autora de Las meninas". Valle Inclán.

Terminar el año viendo "La autora de Las meninas" es tener mala suerte. 




Nada más empezar aparece Carmen Machi andando como si le pasara algo. Piensas: "igual está impedida la pobre, o tiene algo de huesos". Pero no. Es que es monja. Y las monjas, todos sabemos que andan como si se hubieran hecho popó.
Aparece Carmen Machi y nos adelanta que nos va a contar su historia. La historia de una monja que hace copias de cuadros. De cuadros clásicos aunque en el fondo admire a Kandinski. Se dedica a copiar de forma técnicamente perfecta pero sin nada de alma, de corazón ni de implicación. Correcto, es el planteamiento del autor y no se le pueden poner pegas. La única es que eso te agarre o no te agarre. Particularmente ese punto de partida me interesa poco. Pero es que el drama viene después. 
Lo que quiero decir es que lo peor de este espectáculo para mí, es el texto, lo que encierra y lo que provoca. Para explicar cómo lo viví necesito contar bastante del argumento así que... SPOILER.

Bueno, la escenografía de Paco Azorín tampoco me enloquece. Creo que esos bastidores enormes que van a albergar una imágenes que sólo ilustran lo que deberíamos sentir en cada momento son simples y poco expresivos. Además no soporto que me vayan indicando cómo debo sentirme o cuál debería ser mi estado de ánimo o el de los personajes. Aunque eso ya no es responsabilidad de Paco Azorín. 
No entiendo tampoco que se muevan porque sí. La única razón que encuentro es que espacialmente, necesiten sitios para que los actores entren y salgan. Ya ves tú. 
Pero el principal impedimento para que yo disfrutara o me implicara en este espectáculo fue sin duda el texto. Ideológicamente me pareció horrible que a los pocos minutos nos cuenten que han pasado unos años, estamos en un futuro cercano, y se habla de unos años "de estrecheces" refiriéndose a la crisis que ha arruinado a medio país, ha provocado desahucios, suicidios, bancarrotas. Me parece irrespetuoso, insultante e indignante. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que un partido político llamado "Pueblo unido" o algo así, vamos, Podemos, ha llegado al poder y automáticamente va a cargarse la cultura y a traficar con obras de arte porque, obviamente, no distingue su valor. Lo siento pero me parece demasiado reaccionario para mí. 




A ver si es que no me he enterado y en realidad el texto es supermoderno, progre e izquierdoso y soy yo el que estaba a por peras.
Pero no es que lo diga la monja, es que más adelante la directora del Prado se marca una escena totalmente desaforada en la que se descubre como energúmena que odia el arte. Estremecedor.  
Lo más reaccionario, por si esto era poco, estaba a punto de llegar. Resulta que cuando la monja descubre que tiene un "pellizquito" de artista, de creadora, entonces se vuelve loca. Pero loca de loca. Claro, porque los artistas están locos. O porque el don de la creación va unido a la locura, al desquicie, a la enfermedad mental. Y como remate, la monja es capaz de pintar una y otra vez "Las meninas" en un par de días. Hombre, yo calculo que la media para pintar una obra maestra será algo más... amplia. Pinta "Las meninas" en dos días" roza el insulto.   
No sé si ella es monja por algo en concreto aparte de por los dos chistes con Francisco Reyes. Aunque lo que yo siento es que es monja como coartada. Coartada para que tengas que simpatizar con ella. Quiero decir, es monja, una figura "respetable" y a la que no puedes criticar porque te vuelves un demonio. Si piensas mal de ella o la cuestionas eres un perro malo.  
El caso es que entre lo desquiciado e hiperconservador del planteamiento y el desarrollo de un texto absolutamente apolillado, yo me revolvía en la butaca esperando al menos disfrutar del lucimiento de la Machi. Y no.




La mano de Ernesto Caballero va llevándola todo el rato hacia la parodia más absurda y desaforada que se ha visto. Sí, la Machi hace de todo, baila, llora, grita, gruñe, salta y lo da todo. No se le puede poner ni una pega. Sólo que lo que hace es absolutamente desmangado, exagerado, desquiciado y desaforado.




No encuentro palabras para definir el exagerado, afectado y artificial trabajo de su compañera de escenario. Y debo confesar que Francisco Reyes me enloquece. Haga lo que haga me apasiona. Y debo confesar que aquí me da la sensación de que cada uno está a su bola. Francisco está a lo suyo, con su forma de hacer y como autodirigido. Lo que pasa es que lo que hace me enloquece. Por eso me pasé toda la función deseando que apareciese más por escena, porque mis ojos y mi atención no se podían despegar de él. 

Incluso el espacio sonoro y la música del grandioso Luismi Cobo aquí queda ensombrecido. Quizá la sombra de un proyecto filosóficamente tan reaccionario haya ido contagiando todo. En cualquier caso, muy flojo fin de temporada para mí. Un gran plof unido al de "Esto no es la casa de Bernarda Alba". Menos mal que el recuerdo de la magia de Tamako Akiyama y Dimo Kirilov permanecen en el espíritu para siempre...   



       

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