sábado, 28 de noviembre de 2015

40 años de paz. Sala negra de Canal.





"La abducción de Luis Guzmán" me da la sensación de que se ha convertido en un espectáculo casi de culto. No sé, igual es cosa mía pero me da la sensación de que mucha gente no la vio, pero sólo se oyen maravillas. Yo fui de los afortunados que lo viví y lo sentí de una forma estremecedora. Sin duda me pareció uno de mis montajes del año.
Y ahora, el mismo equipo junto con Fernanda Orazi han creado este nuevo prodigio, esta joya que también está destinada a ser de culto. 
No hay nada que me guste más que el que los responsables de un espectáculo traten a los espectadores como seres inteligentes. No soporto los diálogos mascados, los mensajes facilones, los recados de carpetera ni los trucos baratos que pretendan llevarme por donde un ser que me menosprecia intente llevarme. Pablo Remón siente tanto respeto por ti como público que te coloca en el mejor sitio, el de la persona inteligente, sutil receptiva y lo suficientemente inteligente como para no tener que decorarle nada ni masticárselo. A mí eso me pone.



El texto es una maravilla de contenido y de estilo. La historia de lo que fue una familia militar franquista, fachorra y repujnante y que tras la muerte chorras del progenitor se encuentra, después de 40 años de paz y treinta y pico de orfandad, sumidos en los restos de un naufragio del que ninguno sale con dignidad y casi ni con vida. Sus almas están tan pochas como el agua de esa piscina testigo de los meaos del papi y de ese polvo que nos cuentan con Julieta... que pa haberlo visto. A fin de cuentas es simplemente una familia normal. Un padre hijoputa así de mente y de alma, una esposa insatisfecha y mala con la maldad del inocente, del que te hunde mientras aguanta la sonrisa en la cara porque todo, todo y todo lo hace por amor. Hasta aniquilarte. Hasta matarte. ¿Y los niños? El mayor es el vivo retrato de su padre, la nena es un cero a la izquierda, una perdedora, una actriz sin carisma y con el mal fario pegao a su chepa. Y el pequeño arrastra todo el pus de la familia entera. Encima, por si no tuviera poco con su sombra, es poeta y maricón. Vamos, en definitiva, lo que puede surgir de una familia así es exactamente eso. Yo aunque nací en Madrid, me crié en Valladolid y recuerdo perfectamente que una compi mía de clase era nieta de uno de los militares golpistas que acompañaron a Franco. Y yo de pequeño he estado en casa de esta chica y he visto al abuelo en su butaca del salón. Claro, yo entonces no sabía quién era, pero esa presencia era aterradora. La bestia no duerme, la bestia está ahí agazapada y sale por los poros y en un regüeldo a destiempo. Y de ahí viene el gen, la herencia, eso de lo que no puedes escapar. Por eso el mayor es clavadito a su padre, la nena es una inútil y el pequeño, el poeta y maricón, es un guiñapo al que ahora le llega se turno. Cuando ya no hay más que la muerte. 
Estremecedor texto, en el que lo que se sugiere y lo que se atisba es más cruel y duro que lo que se ve, que ya tiene cojones. Un texto de una profundidad y de unas vueltas que sobre todo cuentan con la inteligencia del espectador para rumiar todo lo que entre coñas y guasas te van soltando. Y es que la vida de la bestia es así. 



Del reparto poco puedo contar. Ana Alonso está comestible. Triste, gris, apagada y perdedora como hija y torpe y perdedora también como la chica de la oficina, aunque consigue hacer a OTRA perdedora distinta, la perdedora humana frente a la perdedora por su destino gris y enfangado. Brillante. Emilio Tomé está espectacular. Habla y vive desde una verdad y una naturalidad que parecen hasta falsas. Es imposible ser más natural y empático a no ser que seas un actor inconmensurable y trabajes desde muy, muy adentro. Y eso hace Emilio. Brillante. Francisco Reyes está sublime. Es el hijoputa y es el hijo del hijoputa y son dos hijosdeputa distintos siendo el mismo. Es la herencia pura y es el destino asumido desde la hijoputez congénita. Por eso la caja de galletas danesas es lo más natural del mundo. Tan natural como usar y destrozar a quien sea. Y consigue que te descojones con la bestia. Brillante. Y Fernanda Orazi.



Descomunal, ejemplar, mastodóntica, perfecta, sarcástica y perra como ella sola. Es la perfecta esposa asumida. La vida es así y es eso. Lo más natural, ¿no? Destroza a su hija, destroza a su hijo, adora a su pequeña bestia y añora un amor devastador, letal y seguro que maltratador. Pero es lo más natural. Ella asumió en su día imagino que una casi violación junto a la piscina, mamada incluida y desde esa asunción va aniquilando su entorno, crías incluidas. No se puede ser más mala ni más perra. Siempre desde la risa humillante y desde un amor entendido como posesión y muerte. Tan cruel como natural y tan asesina como dulce. Un bicho con todas sus letras que acaba sus días de bilis pidiendo que le enseñen un miembro. Porque a pesar de todo, lo que empezó con una mamada bien puede acabar con un rabo, aunque sea en la distancia. Fernanda consigue en esa mirada al nabo del moldavo tanta intensidad que se te inundan los ojos de lágrimas de puro patetismo y de puritita soledad. Y luego el Pepito Grillo ese que pulula y toca los huevos casi más que Julieta. Divertida, histriónica, arrolladora, briosa... otro despliegue de la Orazi que está absolutamente perfecta en cada gesto y en cada risa. 
Puesta en escena de Pablo Remón prodigiosa, con un sentido del ritmo y de la progresión asombrosas, un espacio precioso y con una frialdad mezcla de Hopper y de Lynch. Tres historias, cuatro protagonistas, una vez son el centro y el resto son secunadarios pero de la misma historia. Cierto, "narramos mientras somos narrados". Luces fabulosas, elementos y recursos escénicos inteligentes y precisos. Remón consigue crear un microcosmos asfixiante, polivalente y decadente que a mí no sé por qué me llevaba a Buñuel. Fantástico montaje, fantástico sitio en el que se coloca Remón y fantástico sitio en el que coloca al espectador. Sin ningún género de dudas, uno de los espectáculos más inteligentes, brillantes y emotivos que he visto este año. Bravo y mil veces bravo. ¡¡Me cago en San Pito pato!!  


     

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