domingo, 26 de marzo de 2017

Ushuaia. Teatro Español

Hay una campaña despiadada contra "Ushuaia". Y no lo entiendo. No digo que haya una confabulación orquestada por nadie, ni mucho menos, pero sí una corriente desmesurada e injustificada. No sé en otras partes, pero en Madrid somos muy dados a encumbrar a alguien, subirle a un altar indiscutible y luego dejarlo caer. También es verdad que algo pasa con Alberto Conejero que parece que es responsable principal y último de los montajes de sus textos. Y ahora que toca dar caña, el palo se lo lleva él. Y no. No porque no es merecido ni justo.
A ver si me explico: evidentemente los montajes de sus textos han sido un exitazo por la calidad de los propios textos y por las poderosas direcciones que han gozado. Pero el éxito o no, la herencia, el recuerdo, la explosión y el goce extremo de un espectáculo tan vivo como el teatro son responsabilidad de todas las piezas. Afortunadamente, hasta ahora, los textos de Conejero han estado en manos privilegiadas y juntos han creado maravillas.



El texto de Alberto Conejero se publicó en 2014. En su momento se consideró un gran texto y así sigue siendo. El texto es el mismo que en 2014 (algo quizá haya tocado, pero vamos) y si entonces era brillante, ahora lo sigue siendo. Frases como las que se están leyendo y lindezas que bordean el insulto son aparte de injustas, totalmente equivocadas. 
Vale que cada uno tiene un gusto, que este es personal e intransferible y que la experiencia teatral es siempre íntima y propia. Pero que el texto de Alberto Conejero es seductor, bellísimo, oscuro, con una poética tenebrosa y torturada es un hecho. En este caso, si algo flojea o no ha encontrado el punto justo es la puesta en escena. A cada uno lo suyo.  



El texto me parece bellísimo. En el fin del mundo, en el último rincón de la última esquina del último lugar habitado vive recluido un ser oscuro y huraño, celoso de su historia y de sí mismo. Viven sólo con sus recuerdos, sus torturas y sus fantasmas. Lleva años intentando recomponer su propia historia, sus propios por qués. Un ser tan novedoso como dulce removerá los cimientos del pasado y del presente. El bosque que hasta ahora le cobijó se vuelve amenazante y los fantasmas que habitualmente le visitaban para ayudarle a recomponer piezas se descolocan y dejan de encontrar su sitio concreto en la memoria. Todo se tambalea; la verdad, el recuerdo, la razón y el destino. Entonces la ballena blanca acabará arrastrando al capitán y su venganza al fondo de la memoria y del olvido. 
Es bobada intentar defender un texto plagado de referencias y con un nivel de lirismo como el que tiene "Ushuaia". Es una maravilla el uso del castellano, el sonido, ritmo y la musicalidad de las palabras y por supuesto, su nivel dramático es de una altura indiscutible. Tanto la acción en sí misma como la progresión de la acción, la forma en la que avanza, el viaje que supone para los personajes y la profundidad de la metamorfosis que estamos viendo son fascinantes. Es un textazo con pocas fisuras. Y no hablo sólo de la trama tal cual; de la historia del nazi escondido y de su venganza, no. Hablo de todas y cada una de las capas que esconde el texto. Porque cada frase tanto de los personajes reales como de los fantasmas, arrastra un trauma, una capa nueva de verdades ocultas y tapaderas sentimentales.



Otro tema es la puesta en escena. El día que yo lo vi, no consiguió levantar le vuelo. Pasaban los minutos y no se producía la magia, la chispa, ese momento en el que el escenario se convierte en vida real y tú te dejas inundar. No había catarsis y no prendía el momento ese en el que ficción y realidad se  suman y confunden. Lo que pasaba sobre el escenario era teatro. Buen teatro, pero teatro.
Alessio Meloni me enloquece. Y las imágenes que había visto prometían un trabajazo. Sin embargo en vivo, el bosque no me parecía acogedor sino sólo amenazante y el cubo donde sombras, efectos y luces dan espacio al recuerdo borroso no me gustó. Me parecía que había un salto entre lo que se contaba y lo que estaba viendo. La desolación del último rincón del mundo y el cobijo de una mente torturada no se corresponden con lo que estaba viendo. Bellísimo, eso sí. 
Iñaki Rubio hace un trabajo magistral tanto con la música como con el espacio sonoro. Como Joseph Mercurio con unas luces que sí son del fin del mundo, son las sombras del recuerdo y de la culpa. Los rincones de las almas torturadas, unas por el deseo de olvidar, otras por la necesidad de recomponer. 
El uso de los micrófonos es desconcertante. En otras ocasiones los hemos visto en ese mismo teatro. No sé si tiene algún problema de acústica, aunque imagino que no. En este caso supongo que los usan para poder utilizar un tono de voz más susurrado, agravar las voces y dar más potencia al peso de la palabra que a su sonido. Pero no funciona bien. Creo que es una cuestión técnica, hay veces que se solapan unos con otros y provocan acoples y en otros momentos están descompensados y apoyan mucho a unos y poco a otros, creando un desconcierto espacial importante. En cualquier caso, ninguno de los cuatro actores hace un trabajo vocal como para necesitar apoyo. Ni siquiera Coronado, que es el que está con la voz más abajo, hace ningún alarde vocal ni saca una voz de ultratumba. 



En cuanto a las interpretaciones, Dani Jumillas vuelve a brillar con una presencia escénica aplastante y un desparpajo moviéndose por el escenario natural, orgánico. Aunque en ocasiones parece que el texto está a punto de suponerle un obstáculo, grita, susurra, aplasta y acojona sólo con verle. No pasa lo mismo con el resto del reparto. Sinceramente creo que tienen la partitura emocional de sus personajes clara; saben perfectamente de dónde vienen, a dónde van y por dónde deben transitar entre medias. Cada acción y cada repercusión están claras, están ahí y las hacen. Pero no nacen, no son vivas, no son reales. Falta que se produzca el milagro del rito teatral. Imagino que cuando esté más trillada la función descubrirán los procesos que ahora faltan. A Coronado el texto aún se le queda lejos. Comienza simplemente enfurruñado y de pronto se descompone en ese final más acertado pero sin el proceso intermedio. Está plano y le falta proceso. Como a Olivia Delcán. Físicamente está bien, su imagen es creíble y poderosa. Pero tiene un frialdad y una lejanía con el texto que se vuelve en su contra. No digo que no se sienta afectada por sus palabras, sino que algo pasa que no logra que eso que a ella le toca salga hacia afuera y se transforme en emoción real. Pasa por encima de muchas frases sin prestar atención a los signos de puntuación y eso le resta muchísimo peso a sus textos. 

En resumen, al menos lo que yo sentí el día que vi la función fue que a pesar de contar con un texto sólido, con infinidad de elementos tanto poderosos como líricos, y hasta de ultratumba, la puesta en escena no logra crear la magia necesaria para que la parábola alcance la altura que el texto necesitaría. La magia de la redención que Mateo no ha logrado alcanzar en toda su vida se produce en ese final poético como resultado de algo bestial que no vemos. Quiero decir, si hasta ese momento él no ha alcanzado esa catarsis y sí la consigue ahora es porque ha pasado algo extremadamente impactante. Algo que no está en la puesta en escena. Así pues, un textazo de mucha altura con una puesta en escena en la que aún no está ese puntito mágico que convierte una función de teatro en un ser vivo, emocionante y perturbador.  

Las fotos son todas una pasada y son de Javier Naval. Espero que no le importe que las utilice, pero es que no hay quien se resista.             

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