lunes, 8 de mayo de 2017

La cantante calva. Teatro Español.

Luis Luque vuelve a estar feliz. Y se le nota. 
"La cantante calva" es un puritito derroche de optimismo, de brillo y de luz. A pesar de la crítica feroz de un texto intemporal que sigue desnudando y destrozando sociedades. Pero eso se puede contar desde la amargura, desde la sombra, desde la pesadumbre y desde el beige o se pude contar desde el sarcasmo, desde la luz al final del túnel y desde el azul brillante de los calcetines de los protas. Y esta cantante calva del siglo XXI es brillante, luminosa y de colores chillones. 




No voy a escribir sobre la importancia del texto, ni sobre la sociedad alienada que intenta comunicarse y no lo consigue, ni sobre cursos de inglés. Ni siquiera sobre las verdades aplastantes que se esconden baja cada una de las frases aparentemente inconexas. Eso ya lo habéis leído en todas partes y os lo sabéis de sobra. 
Prefiero hablar de lo que vemos sobre el escenario del Español. Y ahí lo primero que vemos es una versión que está de vuelta. Quiero decir que puedes contar lo mismo yendo hacia las cosas o cuando estás de vuelta de ellas. Pero no porque las tengas superadas y te la pelen sino porque hayas llegado a ellas, las hayas visto, entendido, asumido y asimilado y lo que quede sea el poso de la comprensión y la ironía de la superación. Y creo que en esta ocasión Natalia Menéndez ha llegado a la verdad del texto y nos lo cuenta desde el camino de vuelta. Luis Luque lo mismo, exactamente igual, por eso las frases vuelven a tener gracia, el texto se vuelve comedia y las carcajadas del público son sanas. Porque a pesar de seguir retratando a una sociedad (la de entonces, la de ahora y seguramente la de mañana) aislada y hermética, el poder de las palabras nace desde la superación del trauma. Y ahí renace la comedia, la ironía, el sarcasmo y el descojone. Me río porque me lo puedo permitir.  




Luis Luque, ese visionario capaz de dar vida a cada proyecto en el que se sumerge vuelve a acertar de pleno. Normal, porque trabaja desde el corazón. Y encima es un sabio. TODO lo que vemos en escena funciona como la maquinaria de un reloj suizo. El texto como digo está hipertrillado y lo trabajan desde un sitio desvergonzado, optimista y de colores brillantes. Los actores incluso desde antes de que se levante el telón ya están marcando lo que son; autómatas intercambiables, carentes de sentimientos, de acciones conjuntas, de comunicación o de implicaciones. Ese sitio desde el que Luis nos cuenta este cuento cruel es el sitio del amor. Del amor a una historia que ya no es amarga (aunque lo sea), que ya no es cruel (aunque lo sea) y a la que inevitablemente AMA. A la que mira con la dulzura y el rigor del amante sabido. Eso se traduce en amor, en colores, en brillo, en luminosidad y en juego.
Quizá todos estos adjetivos parezcan opuestos a lo que debería ser la dureza y el sarcasmo de "La cantante calva", pero no es así. ¿O no es lógico ese final como de muñecos rotos, de cortocircuito, de autómatas desvencijados? Esa es y así es la sociedad. El telediario, el gobierno, LePen y Macron, Maduro, los refugiados, Montoro, Siria, los curas pederastas, Sor María, la pobreza infantil, Matadero... Este panorama no es muy distinto al final de Luque. 




Y por si fuera poco, Luque se rodea de lo mejor de cada casa. Almudena Rodríguez Huertas crea unos figurines deslumbrantes. Convierte a los matrimonios en perfectamente intercambiables. Desde los vestidos, a los calcetines azules, los zapatos o los complementos. Incluso el pañuelo y el chaleco azules de Climent se podrían intercambiar con la amapola roja o los pantalones de Tejero y Ozores se apropia en un momento dado del bolso de Ruiz con toda naturalidad, porque podría ser el suyo. Uniendo todos esos elementos coloridos, el blanco y negro de Lanza. Concepto puro. 
Monica Boromello vuelve a plasmar la esencia del "mensaje" en su fascinante escenografía. Lo mismito que hace Luismi Cobo con su partitura. Para componer esta música (otra obra maestra de Cobo, y van no sé cuántas) hay que hacer lo que hace Luque con el texto, Paco con el vestuario, Felipe con la luz o Mónica con su escenografía: ir para volver. Ese arranque con el "Dios salve a la reina" deconstruído es un viaje de regreso. Hay que haber ido para poder volver. O como el impresionismo; hay que saber dibujar para descomponer. Orfebrería fina. 




Adriana Ozores, Carmen Ruiz, Fernando Tejero, Helena Lanza y Joaquín Climent están absolutamente PERFECTOS. Si el primer acto es brillantísimo, el segundo, el del matrimonio Martin es apoteósico y las intervenciones de Mary son todas y cada una, una lección de género y de solidez. No me puedo imaginar un elenco mejor. 

Resumiendo, una adaptación brillante dirigida de forma tan inteligente como siempre hace Luque , interpretada a la perfección y con una luz, vestuario, música y escenografía FASCINANTES. Puro teatro de calidad de quien sabe lo que hace, por qué lo hace y cómo debe hacerlo.  
¿Y la croqueta? AMO LAS CROQUETAS!!!!

Las fotazas son de Javier Naval, acojonantes. Espero que no le importe que las use, peor no hay quien se resista. 

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